Incluso en los momentos de gran creatividad es necesario ponerse límites. Uno de los mayores problemas a los que se enfrenta el músico es a saber el momento en el que debe parar o, al menos, saber administrarlo. Hace dos años Cass McCombs decidió publicar dos títulos: ‘Wit’s End‘ (Domino, 2011) y ‘Humor Risk‘ (Domino, 2011), dos ideas distintas de un mismo personaje. Esta vez el californiano ha preferido otra vía para demostrarnos su creatividad pero no ha terminado de funcionar.
‘Big Wheel and Others‘ (Domino, 2013) está compuesto por 22 canciones, muchas pasan los seis minutos. ‘Blonde On Blonde‘ (Columbia, 1966) tenía 14 y contenía ‘Visions of Johanna’, ‘Stuck Inside of Mobile with the Memphis Blues Again’ o los 11 minutos de ‘Sad Eyes Lady of the Lowlands’. El problema es que ‘Big Whel and Others‘ no es ‘Blonde On Blode‘. Ni se le acerca. Y no es porque sea un mal trabajo.
Canciones como ‘Honesty Is No Excuse’, ‘Satan Is My Toy’ o ‘The Burning of the Temple, 2012’ nos consiguen las mejores composiciones del estadounidense pero no consiguen convencer entre 90 minutos. Porque McCombs da rienda suelta a grandes canciones que se entorpecen con otras. Los registros sonoros de ‘Sean I’, ‘Sean II’ y Sean III’ bombardean con tres minutos una propuesta demasiado extensa en todos los ámbitos. Canciones brillantes como ‘Home on the Range’ se alargan hasta la sedación, torpedeadas por crecer y crecer sin una justificación.
‘Big Wheel’, segundo corte, es una toma de contacto con el álbum que anima a pensar en una gran obra. Esa sensación se produce en los primeros 40 minutos de ‘Big Wheel and Others‘ hasta que llega ‘Everything Has To Be Just-So’. Tal vez sus nueve minutos relajados en exceso empiecen a dormir un álbum que se extiende hasta casi la hora y media. Tras ella sigue ‘It Means a Lot to Know You Care’, canción instrumental bien pulida pero que sigue descolocando la propuesta e induciendo a pensar en que la pretensión se ha apoderado de McCombs. El álbum no se corta en probar ritmos, en buscar nuevas vías, en desarrollar ese gusto especial que tiene el californiano para hacer canciones pero acaba desbordado en su propia creatividad. En su falta de límites. Da miedo pensar en su directo.