Cuando se toman la meditación y la nostalgia como puntos de inspiración, existe una delgada línea fácil de traspasar y trocar lo que pudiera ser un resultado brillante en la máxima conjugación de melosidad y desgana. Eso es lo que le ha ocurrido a Lo-Fang en ‘Blue Film’ (4AD, 2014). El de Baltimore ha cruzado la línea y ha quedado atrapado en el bando de la indiferencia.
El talento del músico y productor Mateo Hemerlein se ha visto estrujado en su álbum debut entre un bloque de letras melancólicas y ritmos rutinarios. Bali, Camboya o la casa de sus padres han sido los lugares refugio para su musa afligida, que vaga entre historias íntimas mecida por un pop endeble. Hace tiempo que sentarse tras la ventana mientras llueve dejó de ser el gran impulso de composiciones excelentes.
Tristemente, la agudeza instrumental de Hemerlein se ve coartada por la monotonía de estas doce canciones en las que violines y chelos juegan un papel exquisito. Son los pequeños detalles protagonizados por cuerdas y sintetizadores los que se apoderan de los minutos más suculentos del álbum. Los giros de ‘Look Away’, tallada en el final por el folk sutil de un banjo; la potencia eléctrica de cortes como ‘When We’re Fire’ o la técnica electroacústica de ‘#88’ sostienen con fuerza los cimientos de un trabajo a punto de venirse abajo.
Hay quien pensó que Lo-Fang sería la gran apuesta emergente de este 2014 y, sin embargo, tras el lanzamiento de ‘Blue Film’ se hace inevitable cuestionar si de veras el trabajo podría considerarse algo más que un debut en el que las alas de Hemerlein despegan perezosas.