La expectación que sobre los canadienses se ha ido gestando en los últimos meses les ha valido una reputación que anegó de público la madrileña Siroco, vendiendo hasta la última entrada disponible para su único concierto en la capital. Cuatro meses después de la salida de METZ (2012), su álbum debut homónimo, hemos podido comprobar si ese renombre se justifica a la hora de la verdad; y la verdad es que mantienen aquello que ofrecen en su disco, que tampoco es mucho a decir verdad (como ya comentamos en su crítica), pero en su filosofía musical desde luego funciona y encaja.
Desde el momento que salieron al escenario el ruido era ensordecedor, en primera línea hasta las extremidades se entumecían ante tal estruendo. Como casi siempre, el mejor sonido está bastante más atrás y allí podías escuchar correctamente la interpretación de la banda. En unos escasos 40 minutos de concierto recorrieron su primer largo y, sin más, abandonaron el escenario. En todo este transcurso el público escuchaba y, a su debido momento, aplaudía, frío durante las canciones, quizás porque no convencía lo que veían o quizás porque que esté de moda sea motivo solo para pagar la entrada pero no para disfrutarlo. No era su público, son una banda de punk sudoroso e neurótico que poco casa con el personal que atendía la cita.
Ellos sí lo dieron todo, como cualquier grupo que ve sus expectativas cumplidas. En el escueto espectáculo no pararon de estremecerse junto a sus instrumentos ni un segundo, desde Headache hasta Negative Space, pasando por el tema a la cabeza, Wet Blanket. Su propuesta de punk y grunge de tendencias rockabilly saturadas es un chute constante, un viaje entre paisajes distorsionados y acechantes que consiguen tal efecto instantáneamente, con lo que se sitúan como un grupo de disfrute en directo, no tanto en disco, ya que sus temas en ambos escenarios tiene las mismas deficiencias, las cuales solo se suplen con la energía en vivo.
La columna vertebral de su desarrollo recae en la batería, un señor metrónomo andante con complejo de apisonadora. Los golpes son certeros y Hayden Menzies no falla, como en la incesante Wasted, cuyo consistente ritmo no se escapa ni un ápice de su carril y crea un colchón estable donde pueden descansar los demás instrumentos, aunque su compañero rítmico, Chris Slorach no comparta los mismos atributos. Estos son más similares a los de su vocalista y guitarra, Alex Edkins, quien a estruendo no le gana nadie, pero su habilidad técnica está exclusivamente dedicada a ello. A esto acompaña una naturalidad propia con el público y una simpatía de agradecer; incluso con una guitarra desfalleciendo en el primer tema su ánimo no decayó.
Su directo es una fiel representación de aquellos a principios de los noventa y finales de los ochenta, en los que la agresividad nacía de la banda y se transmitía invisible hacia el público. Su punk lacerante ofrece una válvula de escape formidable y la madurez musical seguramente traiga consigo un mejor saber hacer a la hora de componer y en la necesaria técnica, porque desde luego la actitud y el carisma ya viene de serie.
