Un perro callejero, de aquellos que parecen tornarse leyenda por culpa de políticos que les aniquilan sin darse cuenta que los que sobran no son los canes, no sabe lo que es la libertad porque nunca han tenido ausencia de ella. Vive esa vida que a todos, en algún momento, nos gustaría tomar; vagar por las calles sin una dirección, quemando los pies sin más objetivo que el mero hecho de hacerlo, como una vez hizo Jack Kerouac.
Ese momento le llegó a Paul Auster a finales de la década de los noventa y creó Tombuctú y a Mr.Bones, uno de esos perros que recorrían Estados Unidos o cualquier parte del mundo respirando esa sensación que se nos van escapando ley tras ley y que hacían del aullido en la noche su gesto más representativo de esa libertad a cuatro patas.
Ryan Sambol es uno de esos tipos a los que copiar ese aullido les hace sentirse así y lo consigue demostrar cada vez que graba un disco o purga sus sentimientos sobre un escenario. Acompañado del resto de The Strange Boys llegaron a una sala El Sol con media entrada que dejó en evidencia al resto lo que se iban a perder: un verdadera lección de cómo debe ser un concierto. Los de Austin, esa ciudad que vomita música, representan una de esas bandas mentirosas de las que su actitud y aspecto dicen lo contrario a lo música que fabrican, como un día fueron The Sonics: chicos de cara pop con alma ardiente como carretera en el desierto y corazón salvaje.
Su último disco, Live Music (2011), sacó ese lado más country con sabor a pub blanco de la calle Bourbon de Nueva Orleans de la banda sin perder un ápice de esa genialidad punk y folk roto que tienen en su ADN. Su directo fue enorme. Canciones destrozadas y vueltas a construir sobre el escenario que jugaban con los tiempos como si eso resultara sencillo. Sambol mostrando sus plenas capacidades como músico y la banda siguiendo el ritmo marcado por el líder, que se atrevía a recorrer los caminos de la improvisación, echados en falta últimamente.
Tal vez con una actitud demasiado fría, fue el público al que le tocó arengar a una banda que consigue ese sonido tan innato como ese gusto por la charla a viva voz que tiene parte del público de esta ciudad. The Strange Boys son la banda a la que el 90% de grupos restantes querría sonar. Incluyendo Arctic Monkeys. Riffs explosivos de los que era imposible escapar y un aura en forma de canciones que se transformaban en unos The Doors con Bob Dylan al micrófono, desatando la locura de unos incondicionales que no dejarán de pensar ni un momento que no hay banda mejor en directo que los texanos, en todo caso a la altura. Noche perfecta para cerrar con aullidos libres el día del libro. En papel.
- Texto por J.Castellanos
