En el que compré el triunfo musical de un grupo de pijos

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¿No te has preguntado alguna vez qué coño hace esa banda tan mala sonando TODO-EL-JODIDO-RATO en la radio? Y no, no te hablo de una emisora mainstream cargada de canciones de David Guetta o pop televisivo. Alguna vez has tenido que escuchar en tu radio “indie” una banda que suena como cualquier otro bodrio y que el locutor dice que son emergentes. Emergentes, vaya palabra.

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Antes de pasar por aquel maravilloso sello en el que malgasté mis últimas esperanzas, permanecí unos meses en una agencia dedicada a promocionar bandas; lograr que, a base de insistencias, favores y amiguismos, los medios de comunicación hablaran de esos grupos de pijos que tenían pasta para que hiciéramos nuestro trabajo. El dinero es un becerro de oro tan fantástico que es capaz de sustituir las aptitudes. Si no eres un buen músico, si tus canciones, tu rollo y tu carisma son nulos, un buen puñado de billetes pueden hacerte triunfar.

Freddie Trinitrón se llamaba aquella banda. Nadie era Freddie Trinitrón, claro. [inlinetweet prefix=»» tweeter=»» suffix=»»]Estaba Alfredo, que era el teclista-camello de aquellos niños de papá.[/inlinetweet] No tenía ni idea de tocar un instrumento pero su segundo cometido lo hacía de forma convincente. Era el único con un poco de estrella, el resto era una panda de estrellados, que es algo muy distinto a ser algo en esto del rock. Gente de buen barrio que jugaba a bailar sobre la línea y a tocar en salas con sold-out. El lleno lo provocábamos nosotros, por supuesto. La agencia compraba el 70% de las entradas, se estrechaba un poco las paredes del recinto con sillas y vallas y todo se vendía después como un éxito.

La banda se decía “indie”. Hacía música “indie” y no pertenecía a ningún sello porque eso ahora es lo más “indie”. Lo peor no es que se haga toda esa estrategia para convertir mala música en un producto vendible. Lo peor es que hay gente que lo compra. Las técnicas empleadas no eran otra cosa que tretas para engañar a gente que quiere estar dentro del rollo, hacerse los entendidos y poder ir al garito de turno a dárselas de ilustrado. Ese era el objetivo de Freddie Trinitrón. Costó un poco de tiempo y mucha pasta de su parte hacer que aquellos impertinentes seres lograran algo de éxito. Pero se consiguió.

Al cabo de seis meses, unas cuantas entrevistas y muchos abrazos con periodistas, la gente escuchaba a esos pijos. Conseguimos convencer a varios festivales -previo paso por caja- que los Freddie debían ir por delante de otras bandas que habían hecho grandes álbumes. Daba igual. Estas fueron algunas de las tácticas que utilizamos en la agencia:

  • Regalar acreditaciones a festivales -vacaciones pagadas- a los principales medios musicales.
  • Utilizar a otras bandas más importantes que estaban en nuestra cartera para intercambiarlos.
  • Patrocinar concursos de nuevas bandas (emergentes, eh) en los que, casualmente, ganaban siempre los Freddie.
  • Crear campañas de crowdfunding. Sí, al igual que en los sold-out de los conciertos, conseguíamos el dinero necesario -lo ponían de su bolsillo- para que los chicos pudieran grabar el álbum. Se vendía como un éxito apoyado por sus fieles fans.

Aquello fue durante la burbuja inmobiliaria. El éxito de Freddie Trinitrón se evaporó rápidamente como lo hizo la pasta de sus padres cuando todo este país estalló. Aún hoy pululan por Madrid tocando en salas de medio pelo, ya sin Alfredo, que es con el único que sigo teniendo contacto y al único que le va bien.

Richi Amador
Richi Amador
Músico, pipa, camamero, repartidor, mensajero, oficinista... y ninguno es mi trabajo.

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