En el que me di cuenta de quién controla la prensa musical

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Allá por abril del año pasado, comenzó a interesarme esto del periodismo musical. Escribí en cientos de webs antes de acabar en HABLATUMÚSICA. Que yo acabe aquí contándote estas penurias no es por capricho: es porque acabé irreversiblemente hastiado de la inmundicia que se mueve bajo las cloacas de la industria musical.

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Lo primero que hice en el sector informativo fue un cuchitril de blog propio. Hablaba de mis mierdas y, principalmente, ensalzaba mis canciones a la par que defenestraba a aquellos que las habían repudiado. A algún descerebrado de mi quinta -puristas trasnochados de rehabilitación forzada- le gustaba mi estilo y quiso que colaborara con él. Ahí comenzó mi periplo por redacciones que nos informan y desinforman, nos educan y asilvestran.

Una de estas páginas, modesta y pasional como casi todas, me mandó un festival de Madrid. La primera sensación siempre es dura al ver a otros grupos tocar, pero me armé de una inventada profesionalidad periodística y saque la libreta y la cámara de fotos. Aquel evento era un desastre: porquería por todas partes, baños destrozados, horarios pésimamente establecidos, etc.. “¿Esto es así todos los años?”, pregunté al primer pueril asistente con el que me topé. “¡Claro, es la leche!”, contestó, bizco y espasmódico de un cristal que no alberga líquidos. Abandoné el recinto, decepcionado, camino a casa.

Lee también: Los pecados del periodista musical

La crónica no fue agradable. [inlinetweet prefix=»» tweeter=»» suffix=»»]No estoy acostumbrado a esa connivencia de los medios de comunicación[/inlinetweet], así que no me guardo mis opiniones. Mis compañeros se reían al leerla; quien no se rió fue el jefe de redacción cuando recibió la llamada del cabecilla de aquel bochornoso festival. No comprendía que se hablara así de su criatura, realmente perplejo ante ello, porque no estaba acostumbrado a que lo hiciera nadie; esa es la complicidad a la que no estoy acostumbrado ni quiero estarlo.

Así que, para que no me metiera en líos, me destinaron a una denostada sección de sociedad; sociedad musical, por así llamarlo, asuntos triviales. Las semanas transcurrieron tranquilas hasta que -fruto de una pequeña recaída depresiva que ni todo el litio del mundo solventaba-, me dio por morder al cuello. Hablé mal, lo reconozco. Trataba sobre instrumentos, algo ligero, pero criticaba la chabacanería de algunas bandas; españolas, en concreto. Se volvió a montar el cristo.

Llamaron, esta vez al director, de la agencia de promoción, management, catering y drogodependencia de alguno de los artistas para pedir explicaciones. “¡¿Cómo pueden decir eso de nuestros chicos!?”, exclamaban profundamente ofendidos. “Es solo moda, y tampoco he dicho ninguna salvajada”, espeté furibundo, a lo que mi director, con la calma de la experiencia, me dijo: “acostúmbrate, porque tendrás miles de estas”.

Pero yo no me quería acostumbrar. [inlinetweet prefix=»» tweeter=»» suffix=»»]No quiero formar parte de un sistema de información que no puede informar por los designios y caprichos de conveniencias externas[/inlinetweet]. Yo no entiendo un medio como un panel publicitario, como parecen creer muchas empresas, así que no participaré mientras esto sea así.

Por eso abandoné el periodismo musical, pocos meses después. Entré en HABLATUMÚSICA porque estaba harto y lo único que quería hacer era contar estas historias, las que me han hecho darme cuenta de la cantidad de basura infesta que circula por esta podrida industria musical.

Richi Amador
Richi Amador
Músico, pipa, camamero, repartidor, mensajero, oficinista... y ninguno es mi trabajo.

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