Drogas, canibalismo y terror en el festival

Con un verano cargado de casos de ataques provocados por el consumo de drogas, los eventos musicales están comenzando a tomar medidas.

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Chica inhalando de un tarro en un festival.
El  viernes 1 de agosto, Ben Lenet era uno de los tantos que estaba asistiendo al concierto de Arctic Monkeys en Chicago con motivo de la última edición del Lollapalooza. En un momento del directo, Lenet fue atacado por un hombre. No fue un ataque normal, a Lenet le mordieron. El individuo -aún sin identificar- agarró con los dientes el brazo de Lenet y comenzó a echar hacia atrás su cabeza con el afán de arrancar la carne de su víctima, algo que en parte consiguió.

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El Estadio Rose Bowl de Pasadena (California) fue la sede donde se jugó la final del Mundial de fútbol del ‘94 que ganaría la Brasil de Romario, Bebeto o Mauro Silva. También se convirtió en el lugar en el que, el 2 de agosto, Beyoncé y Jay Z ofrecieron un concierto dentro de la gira ‘On the Run’ que acabó en desgracia particular. Roberto Alcaraz-Garnica fue detenido en el recinto tras arrancarle de un mordisco el dedo a uno de los asistentes.

Ese mismo día se celebraba en Toronto el festival de electrónica Vedd y dos personas de 20 y 22 años morían por la ingesta de drogas que aún se desconocen. 13 personas más tuvieron que ser hospitalizadas por los mismos motivos. Todos los casos presentados son en norteamérica y en ninguno se ha conocido de un modo oficial qué era lo que habían consumido tanto los agresores como sus víctimas.

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Resulta innegable que la droga ha estado siempre ligada a la Música. Como un vehículo de riesgo con el que llegar hasta un nivel más profundo, este tipo de sustancias han estado presentes como forma de conectar con las canciones. ¿Pero qué está ocurriendo en la actualidad?

Con la llegada del verano en el hemisferio norte, son frecuentes los casos de víctimas atacadas por consumidores que se comportan de un modo violento, extraño. Psicópatas vestidos de pantalón corto que atentan contra los visitantes. Se habla del consumo de MDPV, vendida como sales de baño y que ha terminado por apodarse «droga caníbal». Su efecto genera en el individuo episodios de extrema violencia, algo que resulta muy jugoso para los medios pero que tiene demasiadas similitudes con las anfetaminas o el éxtasis.

Sin entrar a valorar los casos, la búsqueda de experimentación sin límites y la urgencia de una juventud encerrada en un mundo caótico y movido por la presión, desencadena esta serie de acontecimientos. Los hábitos de los asistentes a un festival han cambiado como lo han hecho sus drogas. La experimentación en búsqueda de la conexión con el resto de participantes se ha transformado en un viaje individual en el que los efectos de las sustancias ven al igual como enemigo.

El festival neoyorkino Electric Zoo ya ha tomado medidas. La edición pasada se cerró con dos sobredosis y una violación. Para la de éste, la dirección plantea un aumento de la seguridad con más policías secretas, el control de antecedentes de los empleados y un vídeo que avisa sobre el consumo del MDMA que todos los asistentes estarán obligados a ver cuando activen la pulsera que les da acceso al recinto del festival. En definitiva, un mayor control.

Las drogas son un buen modo de analizar a una sociedad. El consumo de unos tipos en pro de otros determina los comportamientos de una masa que prefiere aislarse, que se ve atacada y que tiene en la violencia un modo de operar enraizado en su modo de vida. La privación de libertad y el control de elección son la respuestas a una masa que vive instalada en el terror.