Me acerqué a esta película con dudas. Tenía la sensación de enfrentarme a un producto inmaduro con pretensiones de ser muchas cosas y no alcanzar ninguna. Mis prejuicios se debían a la mezcla de géneros que propone Mike Cahill. Another Earth se me antojaba como un íntimo y profundo drama que acogía la ciencia ficción como escusa para desbordarse de lo común y ofrecer además por la vía de lo inverosímil una fábula de filosofía barata. Me equivoqué.
Mike Cahill ha mezclado los géneros con cuidado pero sin vacilar. El intenso drama sostiene el argumento mientras la ciencia ficción funciona como envoltorio perfecto y causante del clímax. Por otro lado, el profundo tono filosófico vagabundea por cada segundo de metraje ofreciendo una pregunta sin respuesta. ¿Qué nos diríamos a nosotros mismos si pudiéramos vernos? En otra vida. En otra Tierra. Eso se cuestiona Rhoda, una joven brillante que un mal día –la víspera del descubrimiento de un Planeta Tierra duplicado- tiene una accidente con el coche y mata a una mujer y a su hijo, dejando al marido (John) completamente sólo. Tras cumplir su condena en la cárcel Rhoda intentará sacar a John de su depresiva existencia mientras se obsesiona con su otro yo, ese que probablemente viva en la otra Tierra.
Con la cámara en mano Cahill nos introduce en cada escena haciéndonos partícipes del vacío existencial de la protagonista, interpretada por la debutante Brit Marling. Seria, triste, inteligente y con una mirada que desborda apatía y ternura a partes iguales, Marling destaca como el gran hallazgo. William Mapother es John. El actor cuya aparición en Lost apenas se recordará como una anécdota (excepto para los locos amantes de ese vendedor de humo llamado J.J.Abrams) realiza una interpretación sobria y honesta de una persona hundida en la más absoluta miseria.
El director, del grupo de los verosímiles, crea una atmósfera fantástica sujeta a explicaciones viables. Las teorías filosóficas tardan en llegar y lo hacen con cuentagotas. Sin agobiar pero con la intensidad suficiente para permanecer en la memoria. El realizador nunca olvida que lo que tiene entre manos no es más que un drama corriente.
¿Qué te dirías si pudieras ir a visitarte a un mundo paralelo? Primero, nada. Y luego, probablemente, lo mismo que te dices cada día cuanto te miras al espejo.
Con una habilidad innata para el malabarismo Cahill firma el guión, es el director del filme y además el máximo responsable de la fotografía. El realizador impregna cada fotograma con tonos fríos, la mayoría azules. Quizá quiera representar la hermética sensación de saberse fracasado o el frió que inunda la soledad del criminal y del arrepentido. De cualquier forma, la fotografía de la película es una extendida metáfora de las consecuencias de una mala decisión. Morir de frío, arropado con una manta de hielo, sería una forma coherente de acabar con todo.
Melodías más cercanas a lo onírico que a lo astral hacen la labor de hilo musical. Excepto una canción interpretada por Mapother con un arco de un violín y una sierra. Eso es otra historia. Un momento musicalmente bello y visualmente muy emotivo. Una pena que Cahill lo estropee con esa cosa tan molesta y tan prescindible a veces llamada romance.