En el cine que merece la pena ser visto, como en la música, hay cosas que se hacen con las tripas y cosas que se hacen con el corazón, y raras excepciones que pasan muy por encima de todos sus defectos para llegarnos a los dos sitios a la vez. Quizá es el caso de la última película de Pau Freixàs, cineasta ya – a medias – conocido por películas como Cámara Obscura y que con la que da título también a este artículo, Héroes, rubrica una de las historias más conmovedoras (y tan rabiosamente lacrimógena que su exhibición podría devenir en arma antidisturbio) de entre las que he podido ver en lo que va de año.
Héroes habla de lo que es ser niño y de cómo esto se pierde sin más convirtiéndose algunos en ejecutivos gilipuertas y algunas otras en modernillas perroflaúticas con olor a nuevo Pachulí y mucha literatura de Chakras y falsos Kerouacs a sus espaldas. Pero volviendo al tema… Heroes (Herois en su muy recomendable versión original en lengua catalana) habla de la pena de perder lo que has sido y del valor de lo que dejas atrás, de tus amigos de aquel pueblo de verano, de la primera vez que te enamoraste, de cómo madurar no es muchas veces más que dar cuerda al autoengaño de creerse que vas a algún sitio porque haces algo que te permite llegar sólo a cosas que se compran o que se dicen por teléfono de última generación.
Conozco a muchos, y yo he sido hace tiempo uno de ellos, que juzgarán la película por lo que no tiene… a saber; excesiva calidad narrativa, y también por lo que tiene; una cierta cantidad – asimilable a mi juicio – de tópicos y lugares comunes… Héroes es Los Goonies, y es Cuenta Conmigo entre otras. De lo que posiblemente no se den cuenta muchos de aquellos que van al cine y no ven más allá de sus gafas de montura negra es que Héroes pretende ser eso y quizá sólo eso; una película que llegue a hablar de cómo ha vivido una determinada generación de niños el verano y el despertar a la madurez. En Héroes hay un pueblo catalán en la costa, unos padres, un chalet de aquellos con sofás horribles y cuadros de caza sobre el televisor Grundig de tubo, Seats 127, bicicletas BH para el verano, Mirindas, pandillas de Verano Azul, relojes Casio y, finalmente, tenemos a la chica “nueva” de la que se enamora el protagonista el tiempo suficiente como para darse cuenta de que está más enamorado de la que tiene que estar. Punto.
Y a parte… un final de esos que dejan buena huella en la memoria sentimental de todos los que nos hemos acercado a esta cinta. No busquéis nada nuevo en esta película porque su única novedad está en que sabe conmover, a veces demasiado, a ratos metiéndote un destornillador en las costillas para que el patio de butacas se convierta en un coro huidizo de llorones alopécicos a la salida, pero siempre partiendo de una idea clara y a mi juicio acertada: esta es la clase de película que siempre querrás ponerle a alguien que merezca la pena para ti.
Postdata musical (en honor a este web-site) para los que la vean; Nunca creí que me iba a poder conmover ese cubo de almíbar de canción que compuso Alphaville bajo el título de “Forever Young”… y sin embargo la magia del cine supo encontrar pertinencia para dicho engendro de canción. Todo cuadra.
Gonzalo Pérez
Promete