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Encontrar la felicidad en algo. Cuando encuentras ese algo es la auténtica felicidad de tu vida, el momento mágico en que todas las debilidades tuyas, defectos de carácter, lo que te atormenta, se desvanece, te deja de importar. Porque haces algo que te gusta y lo haces bien. No existe nada más. Ese es el momento. Piensas que tu vida entonces es trascendente, porque haces lo que quieres, lo saboreas, lo sientes, tienes los cincos sentidos sumergidos en ello.

Es lo que me ocurre escribiendo, es lo que me ocurre cuando sustituyo “mi algo” por “mi alguien”, es lo que le ocurría a un simple transgresor como Maurice Sendak, escritor e ilustrador de literatura infantil quien falleció la semana pasada. Uno de esos seres humanos que nunca nos debería haber dejado para esparcir sobre esta sociedad, en crisis conceptual, la filosofía de vida de un ser humano que se despoja de la auto-limitación. Pero Sendak no era un transgresor, simplemente era un humano consciente y vividor de su naturaleza; él dijo una vez que su padre, que le odiaba por haber venido al mundo, siempre le decía que era el bebé más feliz que había visto nacer, que los demás no eran así, que se acercaba a él y siempre estaba sonriendo. Transgresor sí, si nos creemos el entorno conceptual en el que nos han educado, ese que nos enseña a auto-limitarnos de nuestra esencia nada más salir del útero.

Consciente e inconsciente del destino de ser adultos, Sendak tenía su corazón en la infancia, comprendió tan bien a los niños con su literatura mágica, magistral, sublime, cautivadora, porque trató a los niños como niños y no como idiotas. No les trataba como adultos sino que entendía sus dolores emocionales (los niños tienen), los niños quieren crecer para ser mayores. ¿Por qué no van a tener más respeto los niños que los adultos corrompidos?, decía el escritor norteamericano. El niño que todos todavía tenemos: podemos actuar y pensar como adultos que somos, podemos hacernos unos viejos, pero aunque pasen los años físicamente hasta morir, espiritualmente podemos conservar nuestra esencia más natural siendo niños.

Así conocí su obra a través de Donde Viven Los Monstruos, y me escondo mi vergüenza social para decir que fue por la película de Spike Jonze; más vale siempre conocer el arte de cualquier manera, y el cine es totalmente legítimo, que de ninguna por caer en una pose. Quien sino mejor iba a comulgar con su sentido de la vida que un cineasta sublime como Jonze para retratar aquel primer polémico libro de Sendak del que se despachaba de las críticas con un “¿cómo va a criticar un adulto la obra que está hecha para un niño?”. No es que fuera un realista o un tío lógico, simplemente era un ser humano, y envolver, abrazar, mimar, querer y vivir el concepto de humano en su eterna simplicidad y no en la banalidad de su uso diario significa que te rechacen. ¿Para que dibujar niños de narices respingonas y guapos si como él decía “no había visto nunca un niño así? Dibujó a un niño desnudo en La Cocina De Noche sin pensarlo detenidamente, no era “oh, voy a dibujar un niño desnudo”, le salió por naturalidad y se encontró con el rechazo de aquellos que piensan: “oh, una polla, ¡donde hemos llegado!”.

A Jonze le inundó tanto la energía sensorial que desprendía Sendak cuando se apoyó en él para el rodaje de la película, que hizo un posterior documental de 40 minutos (Tell Them Anything You Want: A Portrait of Maurice Sendak) que refleja esa humanidad natural del escritor. Un excepcional ser humano, con un tremendo amor a sus hermanos y un humor picante, perspicaz y negro que volvía en su contra para utilizarlo como el rebozo de la propia condena que arrastró desde joven de la vergüenza social de ser homosexual. Feliz pero infeliz, su oscuro sentido del humor auto-atacaba su fragilidad aupándola al atril de la virtud por la propia esencia natural que tiene ser débil. Se divertía con la muerte (“no me preocupa morir, me preocupa aburrirme”), la hacía absurda (“tengo 80 años y quiero escribir algo tonto”) y, como todo ser humano, le atemorizaba (“terminas tu trabajo y terminas tu vida, así de sencillo”). Bien fuera por su vejez, bien fuera porque perdió a su pareja años atrás y cultivó la soledad o bien fuera por esa condenada naturaleza que tienen los artistas de refugiarse y retraerse en la auto-melancolía, Sendak siempre albergó infelicidad, la infelicidad más normal en la esencia natural del ser humano.

¿Cómo explicar que quieres a alguien o a algo? Encontrándolo. Maurice Sendak fue un ejemplo no solo artístico sino humano de cómo hacernos merecer que nos cuiden y demostrar que nos tenemos que dejar cuidar, acabar con el estado de conformismo, erradicar la auto-compasión, fulminar la mentalidad de destino errante, saber sentirnos satisfechos, no dejarnos arrastrar por lo establecido, deshacernos de las circunstancias como algo que nos determinan, en definitiva, enseñó a hacernos humanos. Nacemos con una semilla, unos genes, y uno tiene que hacerlos crecer en una dirección. Quizá, como decía ayer José Luis Sampredo en Radio 3, deberíamos aceptar muchos valores femeninos que se consideran inferiores o defectos pero no lo son: revalorizar lo afectivo y lo que queremos de verdad, hacerlo, y así armonizar con el universo. Quizá deberíamos hacer algo tan sencillo como actuar como seres humanos y decir algo tan simple a lo que queremos o a quien queremos como “estoy aquí”.

Dani Garcia
Dani Garcia
Periodista. Formó parte de HABLATUMÚSICA.com de 2011 a 2013, alcanzando especial repercusión con su columna 'El Elefante Está Borracho'. Actualmente prosigue su carrera en Doist PR.

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