No es sencillo hablar de un individuo concreto cuando por su cuerpo han pasado ya, al menos, tres almas. Cada cierto tiempo, un espíritu nuevo se adueña de su persona como si de una piel mil veces reversible estuviese construido, hasta germinar una nueva figura en cuyo lomo viene marcada inevitable su fecha de caducidad. No es cosa de brujería ni se precisa un exorcismo, se trata de un fenómeno entre fortuito y deliberado que brota de Adán Jodorowsky. Adanowsky para más cordialidad.
Es posible que la mente de cualquiera, pese al esfuerzo de imaginarlo, sea incapaz de procesar a lo que me refiero, por lo que será mejor ir lento y por partes para los principiantes en la materia: Adanowsky –además de un viejo conocido de la redacción en que me encuentro– es el pseudónimo de lo que llaman un artista polifacético que hace las veces de músico, actor, compositor y comediante.
Nacido en París, vería en 1995 su primer flirteo oficial con la música profesional. Es aquí donde se desencadena un proceso de peculiaridad sin fin. Por aquel entonces, Enrique Iglesias empujaba a las muchachitas a una experiencia religiosa causada por una peca en medio de la mejilla, Ricky Martin comenzaba a descubrir la gomina y Adanowsky… Adanowsky se enfundó en una camisa de leopardo sin mangas para tocar el bajo con The Hellboys. Empezando por esto, nadie puede negar que un viaje a través de su estilismo es más que conveniente.
Los muchos proyectos que rondaban al parisino provocaron que éste decidiese embarcarse en una carrera en solitario, un proyecto que esquivó el éxito hasta llegar a América del Sur, donde el tema ‘Estoy Mal’ arrasó hasta el punto de llevarle a grabar todo un álbum en castellano. Por primera vez, Adanowsky quedaba atrapado en un álter ego.
2008. El ídolo
Al mismo tiempo que nacía su álbum homónimo, El ídolo se filtró en el cuerpo de Adanowsky convirtiéndole en la figura de un seductor que se movía entre el tango y el rock, entre el torso desnudo y el cuero adherido. Se desataba un personaje pleno de masculinidad cautivadora, un mujeriego que levantaba pasiones aun con mostacho y botas de charol terminadas en punta. El ídolo moría en 2008 sobre el escenario del que fue el último concierto de una gira victoriosa en el sur del continente americano, volviendo a dejar a Adanowsky a la deriva entre sujetos dispuestos a poseer su ser.
2010. Amador
Tras el éxito del trabajo anterior, Adán se dispuso a vivir el sueño americano en Los Ángeles, donde encontraría a Amador, un bohemio de apariencia despreocupada que se hizo con el cuerpo del cantante llevándole a grabar un nuevo álbum con su mismo nombre. Con una melena de mayor pomposidad y la barba cubriendo su rostro, Adanowsky acogía a un moderno hippie apasionado por las camisas estampadas, los bordados redundantes y fiel a una bandana negra que culminaba su identidad. A pesar de sus ganas por continuar aferrado a este mundo, Amador corrió la misma suerte que El ídolo y murió crucificado, cómo no, sobre un escenario.
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2014. Ada
Cuatro años después, Adanowsky vuelve a evaporarse abrazado por un nuevo personaje. Con rímel y pintalabios rojo, Ada ha impregnado de feminidad el cuerpo del artista. Sin temor a los tacones, codo con codo con el estilista de Yoko Ono, este alma de mujer se ha presentado dispuesta a hacer de él una diva de plumas, purpurina y cigarrillo Vogue. Excéntrica y muy peculiar, Ada irá creciendo a partir de hoy con la salida del nuevo álbum homónimo de la mano de El Volcán.
Su cometido es poner fin a esta trilogía por todo lo alto, así que el final no deja lugar a la especulación más allá de cómo será el encuentro con la muerte: si el glam resistirá hasta el último momento o se romperá embadurnado en gintonic sobre una carroza con el Día del Orgullo Gay como testigo, si Ada vestirá lujosos trajes o terminará decantándose por los picardías. De cualquier forma: bienvenida, querida.