Sé lo que estoy diciendo. Me gustó el tacto de las piedras contra mis huesos y quiero repetirlo de nuevo. Si la evolución es sabia, y lo está siendo, aquel que no era músico ahora es directamente sustituible. Robots y ordenadores son tus nuevos DJ’s.
El ser humano, por lo visto, ya es prescindible. Siempre creí a rajatabla que las máquinas terminarían sometiendo a nuestra especie. Lo que no me imaginaba es que, antes del día del juicio final, Skynet pincharía en nuestras fiestas, bodas, comuniones y bautizos. Me equivocaba, el ordenador viviente empezó desde abajo, como cualquier peón o aprendiz de carne y hueso.
Robots que piensan y evolucionan, robots que “sienten” -en el sentido más primitivo del concepto-, robots que conducen y hasta robots que tocan uno o varios instrumentos. Ese es el futuro, suplantarnos a nosotros mismos por dúplices artificiales que se encarguen de lo que ya nos resulta cargante o trabajoso. O por el simple hecho de la brillantez narcisística.
La programación y la electrónica han guiado la tecnología a un ritmo vertiginoso, pero aún queda un trecho hasta que nuestro lugar sea ocupado por esta evolución intervenida. El infiltrado, por ahora, es el software.
CAZATALENTOS ARTIFICIALES
La compañía de Mike McCready, Music X-Ray, es la que se está encargando de que esto sea una realidad en la industria musical. No me refiero al guitarrista de Pearl Jam, pobre hombre, sino al empresario devoto de la aplicación matemática en el negocio musical. ¿Su proyecto? Un software que detecta si la canción que está “escuchando” será o no comercial.
La sencillez es un requisito en estos temas, pero este programa mide el tempo, el ritmo, las progresiones, los acordes, el timbre, en definitiva todas las características que, una vez analizadas millones y millones de canciones, son el común múltiplo en los temas de mayor éxito comercial de la historia. Hasta ahora era una curiosidad, un asombroso adelanto de computación que no parecía conllevar ningún riesgo. Pero su invento ha comenzado a besar el cuello de las discográficas.
Los sellos han visto las bonanzas de la panacea en el software de McCready. Cuando los artistas emergentes manden una demo a sus oficinas, en vez de gastar tiempo humano, se introducirá el tema en el programa y analizará si será un éxito, logrando una rentabilidad que restituya la inversión. Pero, ¿no estaba bien gastado ese tiempo humano? Creo firmemente que una consecución de algoritmos estipulados no pueden sustituir la emoción humana. Así llegamos a la frialdad de una selección técnica que no toma en cuenta el misterio emotivo de la música.
Que la discográfica es un negocio y busca beneficio, no es un secreto. Pero llegar a extremos en los que ese sea el único requerimiento y objetivo me parece denigrante para la música como arte. Otra prueba más de que quien hunde a la industria es la propia industria. Y, ¿acaso no es la maquinaria comercial la que controla las modas? La tendencia es cambiante y, por lógica, si se estudian tendencias pasadas no será efectivo; si se analizan las presentes, su duración será breve; y del futuro… lo dicho, por lógica.