The Beatles VS The Rolling Stones

Fecha:

  • Como siempre, la votación se vive en twitter con los hashtag #BeatlesHTM o #RollingHTM
  • Sobran las presentaciones. La batalla de las batallas. Los buques insignia. El ojito derecho de mamá, la joya de la familia. En un lado Beatles, al otro Rolling. Hagan sus apuestas.
  • Pedro Moral vota por The Beatles – #beatlesHTM

1960. Hamburgo. Un joven alemán llamado Klaus Voormann vagabundeaba por el corrompido distrito de St. Pauli cuando oyó el ruido que salía del sótano de una discoteca llamada Kaiserkeller. El joven se asomó y vio a un grupo de ingleses que tocaban rock and roll, que fumaban y bebían en el escenario, que se movían influenciados por el salvajismo de las guitarras, el alcohol y alguna que otra pastilla, que de vez en cuando incluso tiraban objetos hacia las mesas mientras gritaban a un público ignorante del idioma anglosajón cosas como: ¡Sois unos nazis! ¡Iros a tomar por culo! La banda se hacía llamar The Beatles y venían desde Liverpool. Cinco años después Tom Wolfe escribió lo siguiente: “Los Beatles quieren cogerte la mano, los Stones quieren quemar tu ciudad”. Pero John Lennon, Paul McCartney y George Harrison ya habían incendiado Hamburgo años antes.

Lo que el consagrado periodista obvió con su frase fue que la aparente diferencia entre unos, los chicos buenos, y otros, los chicos malos, solo se debía a un enorme ejercicio de marketing.

The Beatles llegaron antes, un año antes de que los Rolling Stones ficharan por Decca Records gracias (por cierto) al consejo de George Harrison. Y cuando los Stones sacaron su primer LP en 1964 con un solo tema firmado por Jagger y Richard, Tell Me (You’re Coming Back), The Beatles habían lanzado dos álbumes en los que la mayoría de los temas eran suyos, Please Please Me y Whit The Beatles. Esos coros limpios que beben del folclore y que son la parte fundamental de la música de estos cuatro tipos comenzaron a crecer en los oídos de todo Reino Unido. Hoy no podemos escuchar acompañamientos vocales de esta clase, no existen, no se saben hacer. Las melodías fabricadas a base de guitarras que nacieron con el rock transgresor en su Hamburgo de drogas, alcohol, violencia y prostitución pronto evolucionaron a una nueva forma de entender la música denominada pop. The Beatles inventaron el pop y después lo reinventaron. El grupo más importante de la historia o el más influyente del último siglo (depende de lo entusiasmados que nos encontremos) estaba formado por cuatro jóvenes de clase obrera a los que habían obligado a cortarse el pelo y a vestir con corbata.

Y llegaron las giras mundiales, el éxito, la beatlemania, los primeros videoclips (los de ellos y los de la historia musical en general), las películas, las entrevistas en televisión, en radios… Hasta que Lennon dijo basta a través de esa maravillosa canción titulada Help! Y fue entonces cuando grabaron una de las obras maestras de su discografía, Rubber Soul. Norwegian Wood significó la primera grabación pop con un sitar, este corte de letra rocambolesca sobre una cita que acaba en incendio es innovador e inusual y fue una clara influencia para Dylan, Brian Wilson y hasta para los propios Stones, escuchen Paint it Black. In My Life es una de las baladas más perfectamente compuestas y grabadas de la historia, ese piano barroco es pura belleza. Y The Word fue el primer coqueteo con la psicodelia. Llegarían más.

A todo esto los Rolling Stones sólo hacían rock and roll, el mejor rock and roll de la historia, de eso no hay duda. Lo mezclaban con el espíritu del Soul o con el mecanismo del R&B, pero nunca escaparon de esa cárcel de sonidos. Nunca tuvieron tanto valor. Se dice que The Beatles nunca hubieran podido componer una canción como Sympathy for the Devil, y es cierto, al igual que los Stones hubieran sido incapaces de grabar un disco como Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Todo lo que se ha escrito sobre este álbum es poco. Sencillamente recordaré que esta experiencia sonora que desbordó los marcos establecidos de la música popular, que revolucionó el formato del álbum de rock y que creó un nuevo fenómeno de masas sigue siendo rabiosamente actual. A Day in the Life continúa siendo después de 46 años una canción indescifrable, misteriosa, portentosa, sin género o con todos a la vez y tan de Lennon como de McCartney.

Y la década de los 60’ sigue avanzando y The Beatles se encaran con su público. Dejan de hacer directos -¿para qué?- y además insultan a sus seguidores cristianos.. Lennon desplanta en pleno 1968 a las masas revolucionarias criticando su forma de hacer las cosas con la canción del White Album Revolution. Paul McCartney inventa el punk rock con Heather Leather. Y George Harrison compone la mejor balada del siglo, Something,  según Frank Sinatra. Entonces llega Let it Be y los Beatles se separan.

Los Rolling Stones, con un maravilloso título que burla a sus compatriotas, sacan Let it Bleed. Este álbum termina con You Can’t Always Get What You Want, la contestación de sus satánicas majestades a Hey Yude. Y desde entonces han estado haciendo rock and roll y dejando por el camino obras maestras y discos bastante olvidables (penosa década la de los ochenta, no hay riffs suficientes para tapar composiciones tan insulsas). En tantos años la banda de Londres nunca ha llegado a revolucionar tan profundamente la música como lo hicieron los de Liverpool. Los Stones son el rock and roll, sí, pero los Beatles no se pueden definir con un género, inventaron demasiados.

¿Quién quiere ir con el primero pudiendo ir con The Rolling Stones? Pueden existir más de 1.000 razones para elegir a The Beatles antes que a The Stones, todas ellas una demostración gustosa del sopor más absoluto. Los de Liverpool desaparecieron en el momento oportuno remarcado por el no-hay-vuelta-atrás de los cinco disparos de Chapman, cumpliendo con la leyenda que ya inventó Buddy Holly y subiendo a los altares sin la posibilidad de uno de esos regresos que acaba lamentando todo el mundo. La batalla del muerto y la fantasía la tienen perdida unos londinenses que no han roto en 50 años la carrera más larga en la música pese a que los álbumes de los últimos 30 años no valgan para otra cosa que rellenar packs discográficos en forma de cofre.

Mientras que los fab four –hasta el nombre empalaga- fueron esa cosa perfecta que pasa en ese mundo tan bonito que ni existe, sus satánicas majestades eran certeza de un mundo hipócrita e injusto donde lo que más importaba era la apariencia y la actitud de una máquina de generar leyendas urbanas con cierto sentido, alejadas de portadas misteriosas o miembros muertos sustituidos por un Paul McCartney convertido en señora bajo el influjo Elton John. Aquí ya no había válvulas de escape desde su manido intento por entrar en la psicodelia como ocurría con The Beatles: el rock crudo de la esquina donde una pareja practicaba sexo oral o el caballo galopaba por las venas de la miseria tomaba el control de una sociedad que empezaba a golpearse con esa cosa tan normal que es la realidad. Si los de Liverpool pensaban cambiar la sociedad con mensajes etéreos, los Stones sabían que la nueva década tenía que traer una proclama directa de acción.

Estamos hablando de comparar un cuarteto donde las únicas personalidades atractivas eran las de John Lennon y un George Harrison que para colmo fue ignorado con Stones con vida propia. Desde un Keith Richards ejemplificando todo lo que no hay que hacer para llegar a viejo a un Charlie Watts capaz de partirle la cara a Mick Jagger sin impunidad alguna: “Yo no soy tu batería; tú eres mi cantante”, pasando por un Ron Wood con la capacidad de hacer a Keef un ciudadano ejemplar.

Los Lennon y McCartney desaparecían en el momento en el que Richards, Jagger y compañía empezaban a despedazar las agujas de los reproductores de Occidente, de los que ya venían contestando. Si en 1966 aparecía el rey de los sonidos pregrabados Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band los de Londres respondían al año siguiente con aquel retrete en el que nadie se sentaría y que osaron nombrar Beggars Banquet. Si Beatles aparecían con la selección de temas sin empaque de White Album o el doble Abbey Road, Stones publicaban Let It Bleed o el definitivo aviso para que los cuatro maravillosos chicos de Liverpool colgaran los instrumentos y echaran el cierre al Apple que pocos recuerdan. Aún quedaban por llegar Sticky Fingers o Exile on Main St. -la obra definitiva que mostraba en 18 reglas cómo debía hacerse el rock- en lo que habrían sido golpes tan duros e injustos como los que propinaba Mike Tyson cuando ya sabía que sus adversarios estaban deseando besar la lona.

Se ha convertido en algo razonable criticar la posición de Jagger, Richards, Watts y Wood de seguir sobre los escenarios cuando visitan las siete décadas de vida con la baja escusa del dinero fácil, como si les hiciera falta mover un dedo para seguir ganando dinero, como si estar en edad de jubilación con tu vida, la de tus hijos y nietos solucionada, como si no hubieras demostrado suficiente, como si el resto de The Beatles no hubieran seguido exprimiendo la máquina. El fallo achacable que tienen las satánicas majestades es el de no haber fallecido trágicamente, haciendo disfrutar a los buscadores de mitos con pedestales inútiles que no valen en muerte. La vida es para los que la viven. Mientras se publica un nuevo recopilatorio con una remasterización especial para el Circo del Sol o el de Rody Aragón, los abuelos publican dos nuevas canciones como Doom And Gloom y One More Shot dentro del recopilatorio de su medio siglo de vida sabiéndolas tan buenas que se han ahorrado tener que meterlas más tarde. Querido Pedro, subirte al coche de los primeros de la parrilla no tiene sentido si no son The Rolling Stones.

Redacción #HTM
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