Estos fueron mis últimos años de carrera musical. Ya había perdido la fe en mis posibilidades de futuro, viendo tan lejos a mi espalda el minuto de gloria que se nos concedió y se arrebató tan injustamente. De hecho, es probable que estos fueran los últimos meses… sí, lo eran. No llevábamos ni 10 años en el negocio y ya me sentía exhausto, una vetusta gloria veterana que había envejecido antes de tiempo.
[TS-VCSC-Divider divider_type=»ts-divider-two» divider_text_position=»center» divider_text_border=»#eeeeee» divider_image_position=»center» divider_image_border=»#eeeeee» divider_icon_position=»center» divider_icon_color=»#cccccc» divider_icon_border=»#eeeeee» divider_border_type=»solid» divider_border_thick=»1″ divider_border_color=»#eeeeee» margin_top=»20″ margin_bottom=»20″]
Teníamos diversos planes, todos enfocados a revitalizar una carrera proclive a una muerte inminente: un recopilatorio, una macro-gira internacional, promoción millonaria, incluso pensamos poner el siguiente álbum gratis. Pero yo no podía más. Llamé a nuestro mánager para hablar sobre mi constante desgana:
“No puedo hacerlo, ni me gusta como antes ni lo hago como antes”, le recordé, porque él lo sabía tan bien como yo. “Venga hombre, no nos cortes el rollo. Es lo mejor y va a funcionar, confía en mí”, contestaba en un tono entre burocrático y de falsa afabilidad. Yo no confiaba demasiado en él, pero es cierto que habíamos llegado a la cima gracias a su trabajo y su maña; la maña de un trepa embaucador. Duró más de media hora el intento de persuasión.
“Vale, te entiendo, perfecto. ¿Qué te parece, entonces, una semana de conciertos y cerrar en estadio?”, prometió él. Mierda, me ha tocado la fibra, un estadio. Así que cedí. Una semana nada más y, si no funcionaba, se cerraba el chiringuito. Quizás el destino haya matado al azar, pero quedó patente -al menos para mí- que ese concierto no debía celebrarse.
Lee también: Ticketmaster & Rolling Stones: otro despropósito nacional
Desde el primer momento hubo problemas. No pasamos de ese primer momento, realmente. No teníamos tantos años, pero estábamos muy chapados a la antigua; puristas nostálgicos de épocas que no conocimos. Por eso, no nos fiábamos de cómo las nuevas tecnologías, Internet y todas esas chorradillas habían transformado el mundo de la música. [inlinetweet prefix=»» tweeter=»» suffix=»»]¿Comprar entradas por Internet? Perfecto. ¿Que te cuesten más que en papel? Ni de coña.[/inlinetweet]
Eso me tocó realmente los cojones. Y mucho. Yo establezco un precio, yo sé lo que cobran mis técnicos, mis pipas, mis compañeros de banda, conductores, etc. y, con ello calculado, sé el precio al que puedo permitir a mis seguidores disfrutar del concierto. En su momento quería ser millonario, ahora mi única esperanza era disfrutar un poco en el escenario. ¿Por qué tenía que venir la tiquetera de turno a inflar el precio que YO había puesto para MI concierto?
No tenían derecho a hacer pagar a mis fans más de lo que yo pedía y todo para sacar una tajada extra de la que nosotros no podamos pedir nada. Gastos de gestión. [inlinetweet prefix=»» tweeter=»» suffix=»»]Gastos de distribución. ¿Acaso ellos imprimían las entradas? ¿Te las llevaban a casa? ¿Estaba un teleoperador buscándote a dedo los asientos? No, es pasta, pasta y más pasta.[/inlinetweet] Su sed de dinero terminó con la última oportunidad posible de dar nuestro concierto. El que habría sido el último y la antesala de una ruptura que llegaría muy poco tiempo después.