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El párpado caído de Thom Yorke debería ser tan famoso como la oreja de Vincent van Gogh. O como el ojo de Bowie. Yorke no parecía un tipo excéntrico hasta que se puso a bailar en los videoclips. Ahora es un pelirrojo loco que no se conforma con pasar a la historia. O no se conforma o le da igual. Ser el líder de Radiohead y firmar, por ejemplo, Ok Computer es más que suficiente para que los querubines le hagan un paseíllo en las puertas del Cielo. Pero York siguió experimentando con la música, aquí en la tierra. Probando la electrónica suave, intima y seductora que a él le pone. Sin cerrar los oídos, claro, al rock alternativo, al punk post-punk, al funk, al Jazz o incluso a la música clásica menos hermética del penúltimo siglo. Y sin dar la espalda a su grupo de toda la vida, ese que comparte con los Greenwood, O’Brien y Selway,Yorke lanzó su primer trabajo en solitario en 2006, The Eraser.
The Eraser fue un buen disco, sin más. Pero lo importante es que ese debut en solitario fue el motivo de que Flea, el bajista de Red Hot Chilli Peppers, Joey Waronker, batería de R.E.M. un par de nombres más y Nigel Godrich, productor de Radiohead, se unieran en un proyecto conjunto que después de llamarse durante unos años Thom Yorke, etc. se rebautizó como Atoms for Peace. Primero sólo cantaban canciones del disco de Yorke pero la semilla de una superbanda germinó y los temas nuevos empezaron a eclosionar. El resultado es este AMOK que se ha ido cociendo a fuego muy lento durante tres años. Algo así como una película de Terrence Malick pero con un resultado o más sutil o menos pretencioso.
El viaje que propone York, porque por mucho que sean muchos los que estén detrás hay que empezar asumir que las obras de arte realizadas por un equipo de personas son verdaderas dictaduras, es envolvente y embriagador. Es una caricia. El único problema es que probablemente esa mano que ejecuta la caricia debería terminar abriendo la bragueta del que escucha y en este caso las melodías de Yorke y su letargo ocasional no pasan del ombligo. Por eso AMOK es sólo un muy buen, buen disco. Por eso AMOK no es un disco perfecto.
El secreto de esta obra magnífica es la instrumentación en vivo. Los ritmos llenos de vértices que se mezclan entre sí formando atmósferas tan distintas como las que se pueden enumerar en un sistema solar. La canción que se desata primero en AMOK se titula Before Your Very Eyes… Un corte de melodía cambiante que acaba con la fantasmagórica voz de Yorke retumbando entre las paredes. La electrónica invade la base rítmica de la siguiente canción, Default. El eco de las cuerdas vocales de York aumenta la sensación de ir de viaje a otro lugar que no es este en el que se nos caen las lágrimas con tanta facilidad. Ingenue es el siguiente corte, podríamos definirlo como una balada de otra dimensión. Los teclados son pegadizos y el efecto de gotera acelerada acompaña la rareza impregnada en el vídeo de la canción. Yorke bailando como si fuera un personaje ideado por Guillermo del Toro con una dama de manías parecidas.
Avancen rápido para llegar a Stuck Together Pieces. Maravilloso capricho que comparte similitudes con el libertinaje del que hacía uso Miles David en sus sesiones. Hay free-jazz en este corte, al fin y al cabo York nunca dejará de ser un hijo del Kind of blue. Cinco minutos son pocos, pero lo que llega después es otra proeza. Las palmadas que componen la melodía de Judge, Jury And Executioner y los coros recalcitrantes hacen que no quieras bajarte del tren de este ingles nunca.
No todos son buenas noticias, porque hay cortes que no aportan demasiado, Reverse Running, por ejemplo, pero en conjunto estamos hablando de una proeza musical. Un notable alto. Hablamos de un supergrupo en condiciones. Hablamos de un casi genio llamado Thom Yorke. Casi genio porque es malo malgastar esa palabra. Ya saldrá. De momento que el párpado caído nos siga dando tantas alegrías.