Daniel tuvo que enfrentarse al diablo a lo largo de su vida en multitud de ocasiones. Aparecía en su mente para joderle con sus diabluras, como Villar y su villarato al blanco fútbol. Daniel tuvo bastante culpa de aquello. Cóctel explosivo el de su mirada inocente y un cerebro débil de por sí que se encargó de pegar con drogas bajo la presión de un repentino éxito bañado en cintas de casete. Hablo de Daniel Johnston, en cierto modo gurú, en cierto modo moda entre los creadores del grunge y del anterior lo-fi. Dos ejemplos: Nirvana y Sonic Youth. Otra vez la pelea entre loco y genio que lo único que deja claro es que plasmó una influencia que se deja ver desde entonces en freak-folk, anti-folk o el toda-la-vida-folk.
Y por esa zona, por la deshabitada y extraña esfera de lo raro y lo altamente creativo se mueve Chad VanGaalen. Músico y dibujante de sus sonidos, como el propio Johnston. En este 2011 el canadiense ha decidido dar el paso lógico con Diaper island. Más accesible (esta vez como sinónimo de calidad) pero que resulta de igual modo complicado, como una chica difícil. Las mejores. Aparecen canciones de una gran belleza heredada de aquellos gloriosos America como Heavy Stones Wandering, Spirits o sobretodo Sara que se abren como una gran puerta durante unos pocos minutos para volver a ese folk marciano, un sonido que destaca en todo el álbum y que lo convierte en algo especial.
A ratos buscando la atracción sencilla, a ratos movido y con esa baja calidad sonora y distorsionada inclasificable. Las gloriosas Replace Me o Peace of the Rise son buena prueba de ello. La última comienza con un riff que parece ocasional y casi equívoco que no conduce a ninguna parte y que acaba por convertirse en el eje central de la composición, dotándola de esos sentimientos encontrados, como cuando uno se fija en el físico de Charlotte Gainsbourg.
Esa dificultad recompensada de la que siempre ha hecho gala VanGaalen puede escucharse en cortes como Freedom for the Policeman o Can You Believe It? a medio camino entre The Fugs y las mejores composiciones de un Beck cabreado. En definitiva, un disco que cuesta, como las grandes cosas.
SUB POP [2011]
[7.7]
J. Castellanos