Prometían en su título que nada malo iba a pasar, pero al parecer la bola de cristal les ha fallado esta vez, porque su último trabajo es, como poco, insufrible. En el momento de criticar un disco así, como Nothing Bad Will Ever Happen, llega a ser una relación amor/odio, porque nunca es agradable ni necesario despellejar a una banda, pero álbumes como este de la banda Dignan Porch no dan opción al optimismo en un intento musical nefasto que lejos queda de dicha cualificación.
La afinación de un instrumento no es un capricho, es una necesidad; una que parece lógica pero que por algunos tenebrosos derroteros se acaba perdiendo la lucidez y olvida todo sentido. Aun quedan en el imaginario musical muchos recovecos por descubrir como para desviarse hacia la desafinación como recurso.
Destemplar el instrumento no es ninguna alegoría emocional válida, no refleja la desesperación o la alienación del artista en las notas atonales, es, simplemente, erróneo. Y no es que en algún lugar concreto tengan un desliz, es que hay temas enteros basados en esta chirriante “técnica”. Never comienza, se desarrolla y termina en la más básica de las estructuras, tres acordes redundantes en una progresión absolutamente simple que aun así resulta agradable comparada con la desembocadura al absurdo musical de punteos que no encajan y que parecen chocar entre ellos de una manera desagradable.
Como ejemplo encontramos Pink Oil, que recorre los mismos desaciertos y concluye en una constante repetición de una de las líneas de guitarra peor compuesta y tocada. Porque es este instrumento en el que recaen la mayoría de estos garrafales fallos. Hay dos cosas por las que jamás podrá funcionar: la pésima composición de las armonías, ya que el simple hecho de llamarlas armonías ya es decir demasiado, y el pésimo sonido de la propia guitarra, con una profundidad nula, una estridencia desesperante y una técnica muy pobre con constantes deslices y equivocaciones. En definitiva, una técnica y una preproducción amateur que ni un guitarrista del Metro toleraría para su instrumento.
Nothing Bad Will Ever Happen (2012) es el primer disco en el que se puede hablar de una banda en su totalidad, habiendo sido hasta este momento un proyecto en solitario del cantante Joe Walsh, el cual ya lanzó el que sería el primer álbum del grupo, Tendrils (2010). Ya que hablamos de él, entremos en el apartado vocal, el cual ni brilla ni lastra. En ocasiones la producción no le hace ningún favor, apartándola a un segundo plano tan alejado que, escogido o no, empaña el resultado final. A través de una temática clásica de sexo y drogas, su recogida voz guía las melodías en sencillas líneas tímidas que crean una atmósfera pastosa y fatigante, con una trayectoria sin giros en la intensidad o la dinámica, dejando caer todo el peso de su trabajo en crear un ambiente relajante que en realidad solo resulta en un sopor sofocante. Estas voces están de moda y no entiendo por qué, susurrar un disco entero con diez capas de ecos encima no veo que tenga mucho mérito.
La producción se tambalea entre lo indie y lo directamente pobre. Si es por falta de inversión, si realmente tienen algo que ofrecer se solucionará con el tiempo; si es por elección, espero que en su próximo trabajo cambien de preferencias. La calidad en su post producción no es la adecuada, da una lejanía entre los instrumentos exagerada y con esto el conjunto se resiente sin cuerpo.
Aunque la producción no acompañe a la calidad del grupo, si esta existe se perdona, pero es que aquí ya no es la forma, es el fondo. Muchos les han precedido en este estilo y desde luego mejores. No es una banda profesional, no tienen ideas interesantes ni el talento como instrumentistas o compositores como para llevarlas a cabo. Producción aparte, acabas este disco con la sensación de escuchar a un grupo novel y, para rematar la faena, malo. Si esta es la música que triunfa ahora, como para que un grupo con tales descomunales deficiencias pueda sacar dos discos, que paren por favor, que yo me bajo.