“Nunca te compadezcas de ti mismo, eso es de mediocres”. Lo dice ese diplomático de cuna perverso y frío llamado Nagasawa en aquella novela de pérdidas, sexo y madera noruega que aquí se tituló Tokio Blues. Pero el personaje de Murakami no sabe, no conoce o no entiende que su creador es el primero en plasmar sus inquietudes, su arrepentimiento y su dolor a través de su libro para que todos lo compartan y lo sufran. Murakami no es tan valiente como Unamuno y esquivó el enfrentamiento con su hijo ficticio. Pero toda pieza artística habla más de su autor que las entrevistas kilométricas que conceden a las estrellas del periodismo. Y el que no se despoje de sus miserias a través de sus escritos o sus fotografías, de sus 24 fotogramas por segundo, sus pinturas, de su plato deconstruído o de su forma de follar… no me interesa. Hay un músico llamado Mark Oliver Everett (Mr. E) al que acusan de nula diversidad temática en sus letras. Eso que vomita en cada verso es el despecho de una vida jodida, oscura y triste pero lo hace con una eficacia casi cruel y con tanto lirismo que cada canción que compone desprende una empatía casi vergonzante. Que se sigan quejando, Mr. E y su selvática barba son mitología. Queda demostrado en el sobresaliente último álbum de Eels titulado Wonderful, Glorious.
El mito melancólico y disfuncional que suena un poco a folk, otro poco a rock y otro poco más a electrónica fue creado por Eels. Pero ya no hay metáfora, desde que E se desnudó en esa autobiografía titulada Cosas que los nietos deberían saber y contó cosas tan feas de una forma tan brillante y extrañamente positiva ha decidido dejar de ser complaciente. Nunca lo fue. Pero necesita repetírselo tras una trilogía irregular y controvertida: Hombre Lobo, End Times y Tomorrow Morning. Todo el mundo interesado en este freak tierno y sensible de Virginia sabe que el primer contacto físico con su padre fue intentar reanimarle tras un ataque al corazón del que no sobrevivió, sabe lo del suicidio de su hermana, lo de la ginebra con 15 años, el cáncer de su madre, las reiteradas negaciones de las discográficas, el dolor de los rechazos -de críticos y amantes- y las coincidencias austerianas de su vida. No es fácil asomare al público que has desgarrado con tu relato biográfico y superar sus expectativas, pero ahí está Oliver Everett volviendo a exorcizar su psique dañada y alcanzando la leyenda que él mismo se había creado.
Sigiloso como el ratón de una iglesia, dice Mr. E, pero descarnado y sublime a la hora de volver a mezclar las distorsiones, las guitarras agitadas y la emoción de una voz que alterna con esos picos sonoros que llegan desde el Singapore de Tom Waits. Precisamente Bombs Away recuerda al lúgubre maestro de sombrero y voz resquebrajada con el que compuso Son Of A Bitch, canción incluida en aquella obra maestra fechada en 2005, Blinking Lights and Other Revelations.
Tras la enérgica Kinda Fuzzy llega Accident Prone, una guitarra suave e indescifrables efectos sonoros acompañan a E, que intima con el oído del que escucha antes de agitarle con el potente riff de Peach Blossom. El mejor Everett regresa hablando de su amor rechazado con la pasión del que se supo sobreponer a la tristeza, para encontrarse más fuerte y más vivo que antes.
Los pasillos que recorre este adicto a los puros están llenos de ese humo espeso que le absuelve de meterse algo más fuerte. Las paredes están llenas de sangre seca y las lágrimas se evaporan antes de recorrer la mandíbula rota por ese puñetazo disfrazado de rock and roll titulado Stick Together. Esa impagable batería de ritmo endiablado es demoledora. Eels se desvive por los contrastes y por eso justo después llega True Original, un romance melancólico y triste, sencillo y perdurable.
No es fácil acabar el viaje. El que sea. Nadie quiere terminal mal su libro, ni quiere morirse con el trabajo mal acabado, ni que le abandonen a medias, ni tener sexo sin clímax. Mr. E finaliza su magnífica última obra con un corte titulado igual que el disco. Y Wonderful, Glorious es brillante… Por el soul que destila, por las maravillosas vibraciones que suscita, por los gritos sinceros de E y por sonar a clásico.
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