Refugiarse en lugares concretos a la hora de crear canciones no revela ninguna novedad al mundo de la música. Led Zeppelin nunca hubiese compuesto ‘Whole Lotta Love’ de no haber sido por las extensas giras en las que se sumergían periódicamente, obligándoles a influenciar sus creaciones de los sonidos que recorrían desde Reino Unido hasta Estados Unidos. Lejos de suponer esto una dificultad para la banda, consiguieron dotar a ‘Led Zeppelin II’ (1969) de un sonido cuya espontaneidad nació de la urgencia y la necesidad. Algo similar les ha ocurrido a Gardens & Villa, quienes han cambiado el clima luminoso, las playas y el estilo californiano de Santa Bárbara, tan imprescindible en su primer disco homónimo, por los fríos y estériles paisajes de un enero en Michigan.
Ni rastro queda de las particulares y pegadizas pistas de pop que le lanzaban un guiño al surf y a los años 60. Nada de esa atmosfera soleada la encontraremos en ‘Dunes’ (Secretly Canadian, 2014), que pisotea la nieve y envuelve a las originarias dunas sobre el lago de Michigan de fría escarcha; las cuales proporcionaron la inspiración, más que necesaria, para crear su nuevo álbum. La antítesis personificada de todo lo anterior.
El quinteto posee una habilidad especial para juguetear con el sintetizador de una forma que muy pocos saben hacerlo, quizás sea por la manera artesanal con la que está elaborada su música, por los equipos de grabación analógica, por su clara madurez o simplemente por la ganas que le ponen. Lo único cierto es que ‘Domino’ se deshace de forma deliciosa al inicio del disco, como la nieve al contacto con el cloruro de sodio.
Con aires seductores nos intenta engatusar y a la vez mantener nuestro interés con su instrumentación creativa; reflejo de ello son los sonidos de bansuri, o flauta de origen indio, que utiliza en ‘Bullet Train’, tanto como en muchas otras. La habilidosa y cuidadosa miscelánea de instrumentos se divierte con nuestro subconsciente en los interludios ‘Chrysanthemums’ y ‘Minnesota’, donde la melancolía se fusiona con el optimismo de los sintetizadores, el piano, las armonías vocales y la flauta. La superposición y su delicada aflicción, indulgentes a la hora de seccionar arterias, encuentran su punto álgido de intensidad y pedantería en ‘Thunder Glove’.
La voz de Chris Lynch, agrietada por las bajas temperaturas, no hace más que secundar la idea de un disco más comedido que su anterior. A pesar del frío y pesimismo de Minnesota la banda alcanza un nivel de funcionamiento más cómodo. Por ello, consigue hacernos entrar en calor, gracias al trabajo maduro e inteligente de ‘Dunes’.