Al trío neoyorquino les bastó con su álbum homónimo, lanzado en 2012, para darse a conocer. La fórmula era clara, un disco azucarado y pegadizo centrado en los problemas de los 20 y tantos. Un patrón cortado al más puro estilo pop inocentón que convirtieron a ‘Hospitality’ (Merge Records, 2012) en el disco perfecto para un par de escuchas, sin ir más allá.
Con ‘Trouble’ (Merge Records, 2014) la historia cambia, ya no hay sitio para amores no correspondidos, ni fiestas, ni amigos nuevos. La rutina, la ansiedad o el malestar parecen coger el testimonio y encuentran su protagonismo en este nuevo trabajo. El resultado son un total de diez cortes con mayor profundización y de estructura caótica, que termina por digerirse lento, al igual que una comida copiosa. Nada que ver con la inmediatez de su antecesor. Cada canción se percibe meditada y cuidada, dejando que la voz de Amber Papini sólo sirva de mero acompañante al conjunto de instrumentos, que se convierten en el intérprete idóneo, fluyendo con calma el silencio y ese espacio vacío al que parecen evocar.
La madurez a Hospitality no les sienta mal del todo, bajos insaciables que se solapan con potentes teclados dejándonos una apertura más que satisfactoria con ‘Nightingale’. Reflexiones premeditadas y un halo de tintes electrónicos que cubren ‘Inauguration’. ‘Trouble’ no entiende de coherencia y cada canción parece sacada de un grupo y una década diferente. Con ‘Rockets and Jets’ se cierra una primera parte más pop y activa, para dar paso a la balsa de aceite que resulta ser ‘Sullivan’, con una presentación tímida y vergonzosa que va ganando en intensidad. El experimento notable lo encontramos con ‘Last Words’, la canción más destacable del disco, donde el funky deriva en la distorsión del synth-pop, generando una explosión de sonidos en poco más de seis minutos.
‘Trouble’ respira atemporalidad por momentos, corretea a través de décadas y subgéneros desteñidos en oscuridad, cubriendo buena parte de terreno musical. Una reflexión que parece llegar a tiempo.