Verano, sudor, calor. Un día te despiertas y todo ha acabado. Tan rápido que no te ha dado cuenta y no te ha dado tiempo de quedarte con lo importante. Y eso que hay guitarras que saben hablarle al corazón, y eso que hay artistas que saben cómo echar los muros de la indiferencia abajo. Y es que, ¿cuántos grupos inolvidables pasan desapercibidos y sufren un desgaste más rápido de lo habitual? Todos tienen una característica y es que están bañados en gasolina y arden más rápido de lo que cabría esperar.
King Tuff es uno de los que, a primera vista, tiene todas las papeletas para estar incluido en este grupo de artistas. Sacó su primer disco, Was Dead, en 2008 con una mezcla de fuzz extremadamente sucio, voces agudas de bañistas sin carácter y ritmos repetitivos basados en riffs sencillos y resultones. De hecho, esta fórmula no funcionaba desde el grunge hasta hoy en día, salvo para usar pañuelos de usar y tirar. Pero podemos decir que grupos como Wavves, Ty Segall, White Fences, No Age, Japandroids, Bass Drum of Deaht, Black Lips, Royal Baths han roto ese silencio de oprobio más allá del indie rock, más allá del rock sureño, de la psicodelia y del surf rock al más puro estilo Beach Boys. No, esto es diferente, esto es rock de nuevo cuño, aunque algunos hagan oídos sordos.
Pues bien, King Tuff es heredero de la sonoridad de ese superviviente, de esa mente fuera de tiempo que ha sido durante muchos años Dinosaur Jr. De hecho, trabajó con él (J Macis) en un proyecto de stoner rock llamado Witch, así como en otro de música psicodélica bajo el nombre Feathers. Así, en su segundo y magnífico álbum homónimo, conviven canciones eléctricas como Bad Thing o Alone & Stoned, con odas delicadas casi folkies Swamp Of Love en Unusual World, baladas en plan Kurt Vile con Baby Just Break o geniales riffs más punkys que los imperdibles de la chupa de cuero de Manolo Kabezabolo en Stranger, sin duda uno de los mejores cortes del largo.
Pero el LP empieza mucho antes, con sinceridad y ganas de morir ardiendo, como todos los héroes antes mencionados. Lo hace con un himno que tiene ganas de ser eterno en un mundo donde no queda un rincón para aquellos a los que les gusta tocar horas y horas un mismo riff con la capacidad de hacernos llorar, de reír, de calarnos hasta los huesos. Así son los acordes de Anthem consigue que el estribillo sea la propia guitarra. Ella es la dueña y señora de la escena, sus cuerdas y su olor a madera seca. Ése es el cambio que ha vivido de su primer y desapercibido disco debut y este segundo trabajo, que la madurez le ha permitido rescatar de su interior, alejando el espíritu de ese Hit & Run, precisamente el nombre de la última canción del álbum homónimo.
Si no hubiera habido predecesores, sería prácticamente imposible que este disco perdurara, pero no por su calidad. A veces las modas son así de deshumanizadas y se cierran en banda a las corrientes más que a la música. Pero por fortuna, la guitarra eléctrica sigue siendo uno de los símbolos más importantes de la buena música, todavía en el siglo XXI, a pesar de los embites del sintetizador, del sampler o de las cajas programables. Larga vida a la reina.