Desde Madrid hasta Los Ángeles en cuerpo y alma. Nuestra niña buena, la joya capitalina que fue Lourdes Hernández se emancipó y voló hasta la tierra prometida. Allí se ha gestado este álbum, ‘Agent Cooper’ (Sony Music, 2014), y está claro que el sol californiano ha calado, aunque las nubes difícilmente se despejan.
Lo primero que se te viene a la cabeza al escuchar sus dos primeros cortes, ‘Michael P’ y ‘John Michael’, es “este disco va a ser un éxito”. Luego, a medida que el contador va pasando las pistas como las páginas de un libro de autoayuda, te das cuenta de que sus pecados pueden costarle caro; al menos si se le exige algo más. Y se le exige porque puede, porque la calidez de su voz embelesa sin que te des cuenta, pero la reiteración de estructuras llega a ser exagerada.
De principio a final, la estructura está tejida con el mismo patrón en cada tema: estrofa/estribillo/estrofa/estribillo/outro y siguiente canción. No percibes esas semejanzas hasta el cierre de ‘Casper’, single cuyo estupendo clímax final da por finalizada la sensación de frescura que caracteriza al álbum hasta ese punto; aunque, la verdad, con ‘Stevie J’ ya se podía oler una excesiva apropiación del pop 80’s/90’s de la costa oeste.
La escisión de Russian Red se podía prever. Ha avanzado cronológicamente en sus influencias norteamericanas y a quien prefiera la suavidad folk de pasadas épocas podría no convencerle esta nueva faceta de la madrileña. Sin embargo, hay que mirar más allá. El trabajo de voces destaca entre los temas, bien construidos, apoyados con delicias corales de la propia Hernández que representan esa brillantez vocal de la que, a lo largo del álbum, no aprovecha el total de su potencial. Quizás no le inspiren las letras.
Su estilo narrativo no destaca por su complejidad, alguna metáfora suelta en sus relatos que choca con fallos, ligeros, pero tropezones al fin y al cabo con la lengua anglosajona. Su peculiar pronunciación le juega una mala pasada en el primer tema, así como alguna construcción incorrecta en ‘Anthony’. Y ahora que llegamos al enésimo hombre del álbum, alabemos al tal Anthony, porque protagoniza uno de los temas más destacables del disco, uno que realmente logra proyectar esa seriedad que rodea al resto del álbum, pero que escupe más directamente con palabras que por las emociones que evoca; excepto aquí, donde su enérgica exaltación te empuja.
Pide prestados diversos recursos de la tradición musical estadounidense, pero, en vez de diversificar conceptos, aglomera todos en una misma línea que puede resultar repetitiva. Su ejecución vocal es intachable, pero la composición que la rodea no alcanza los mismos niveles, dando lugar a un compendio de temas débiles alrededor de una minoría valiosa y consistente. Consigue hacer pegadizo un álbum ordinario y eso puede tener cierto mérito, pero sus puntos álgidos son pequeños esbozos en un lienzo demasiado plano.