CAPITOL [2011]
[6.7]
El 11 de septiembre de 2001 la estética armoniosa que presentaba Nueva York cambió de forma abrupta. También lo hizo el mundo. O eso dicen. El caso es que días antes de esos dos puñetazos en vuelo un tipo se acercó a la estampa que todavía imperaba para grabar un videoclip de una canción de amor y odio a la gran ciudad. Ese tipo era Ryan Adams. Venía de convertirse en el nuevo amo del folk en Estados Unidos con Heartbreaker. El Dylan, el Parsons, la nueva esperanza blanca. Llegó Gold y se empezó a dar por hecho que Adams –el bueno, no el de la B al principio- sería un genio de los de encajar sobresalientes disco tras disco. No pasó. Pero en diez años cuenta con tantos buenos discos como los que conseguirán muchas bandas.
Ahora vuelve solitario, sin Cardinals ni tipografía de la película de Spiderman de por medio. Gracias a Dios. Este Ashes & Fire recupera la buena esencia del músico, del que creíamos muerto y sin originalidad. Resucita: si. Es un gran disco: no. El álbum es correcto. Sin más. Se celebra porque dentro de Adams sigue moviéndose algo. Canciones como Ashes & Fire, Rock o Kindness demuestran la capacidad creativa del ex Whiskeytown pero, tal vez por una producción insípida y demasiado común, tal vez por la apetencia del de Carolina del norte de hacer una grabación clásica de folk el disco no tiene la garra necesaria para enganchar a las primeras escuchas. Se echa de menos esa fuerza que a veces daba en discos como Jacksonville City Nights o Easy Tiger. Siempre fui del Ryan Adams más guitarrero, para que negarlo.