DON GIOVANNI
7.6
No hace mucho que Katie Crutchfield abandonó la adolescencia. Todavía lleva pegado algunos vicios de la edad en las letras de sus canciones. Pero por otro lado esta oriunda de Alabama ha sido siempre una niña precoz capaz de transmitir las frustraciones como ese viajante centenario que regresa al hogar para morir. Igual no tanto, pero casi. En sus primeros años tocando se curtió junto a su hermana gemela Allison en la escena indie punk de su tierra natal, el grupo se llamaba P.S. Eliot. Pero en 2011 eso se acabó dejando a tras un sonido entre cabreado y nostálgico, óigase Incoherent Love Songs o Cross Eyed. Y el año pasado Katie debutó, con este proyecto más íntimo llamado Waxahatchee, con un álbum grabado en casa de sus padres un fin de semana incomunicada por la nieve. Un sonido sucio y bastante grado de intimidad en cada uno de sus versos dieron cierto reconocimiento a este álbum sobre la necesidad de desconectar y salir fuera de las miles de redes que nos atrapan hoy. El disco se titulaba American Weekend.
Para este segundo álbum Katie se fue a grabar a casa de su hermana y allí pudo construir un trabajo bastante más limpio aunque manteniendo el tono lo-fi que rebosaba en el primero. Cerulean Salt está más producido, todo suena bien en este álbum, cada cuerda de cada guitarra. La voz de Crutchfield te maneja con antojo llevándote por baladas punk que retratan los claroscuros de la vida de una joven, sus deseos, sus decepciones, lo que consigue y lo que no, el dulce sabor de las cosas que van saliendo y el amargo de la mierda que te cubre cuando arrastras derrotas. Pero lo alucinante es la voz sabia de esta americana que parece conocer la vida como ese sin techo que todos los días desayuna gracias a la caridad de las monjas o al altruismo desmedido de los supermercados que ofrecen sus sobras.
El disco comienza con el sonido evocador y suave de la guitarra y la voz de Katie. Hollow Bedroom nos acaricia y nos alienta y termina con un rasgue de guitarra que esta vez, no cómo en American Weekend, no está por encima de las cuerdas vocales. Blue Pt. II es otra canción suave con melodía cercana al folk más básico cantada a dos voces donde la guitarra casi es un recuerdo, es casi como mirar un paisaje playero con tus amigos a finales de verano, tristes porque todos se acaba. El color azul del Instagram lo inunda todo.
A Katie le gusta abrazar la bajeza en sentido emocional. De ahí nace Coast to Coast, la canción más ruidosa del disco y cuya melodía, algo gaseosa, sobrevuela en otra esfera distinta a la voz. A la guitarra le cuesta callarse pero lo hace y rompe con ese minuto cuarenta y seis de canción. Uno añora de vez en cuando las canciones sencillas y cortas. Cerulean Salt se nutre de cortes así. El sonido puede parecer ligero pero lo que hay dentro a veces es devastador. Aunque por otro lado peca de cierta intrascendencia. Canciones como Tangled Envisioning son repetitivas y aparentan nadería.
También hay temas como Lively donde esta chica de Alabama arrastra todo su potencial poético para describir la vida desde aquello que podemos tocar, oler y degustar. Lo físico como vehículo para entender lo espiritual. El álbum cierra con una canción tan íntima como la primera, You’re Damaged. Aquí Katie fuerza más el sonido de su voz para retratar a aquellos que se caen y se retuercen, que se tapan la cara con las manos cuando no pueden más pero que a pesar de todo se abren camino. Como casi todos hoy.