La mente es un bosque de arboledas azules e inabarcables pasajes, un cosmos en sí mismo. La inmensidad de lo desconocido alcanza desde las visiones más desarraigadas hasta la epifanía de majestuosas experiencias. Este bosque encuentra su mejor intérprete en Woodsman, cuyo álbum homónimo menoscaba tu capacidad de raciocinio, sustituida por un viaje al más lejano interior.
La instrumentación habla, te susurra a gritos lo que 10.000 palabras entenderían incomprensible. Si viajaras por el espacio, el asombro te invadiría. Su oscura infinidad te abrumaría. Pero, al cabo del tiempo, la monotonía que implica la nada podría llegar a cansarte, al igual que sucede con este álbum; todo depende de cuánto dure tu asombro. Al fin y al cabo, todo viaje tiene sus valles y sus montañas. Y este en concreto dispone de una producción que, dentro de su aprecio por el lo-fi, logra combinar los múltiples elementos sin perderlos.
Los temas se desarrollan en monotemáticas progresiones de patrones inamovibles, ritmos repetitivos en la tradición drone y psicodélica, así como guitarras y sintetizadores que se encargan de crear la atmósfera, nebulosas de polvo que cambian tu estado mental y lo manipulan a su antojo. No cambian las estructuras a lo largo de las canciones, una elección arriesgada que los convierte en un viaje tan excitante en su intangibilidad y sus estímulos como redundante hasta un grado ligeramente superior al necesario.