-
INTERSCOPE
-
6.5
Si realmente existe algo como creadores de tendencias y no es parafernalia sacada de la chistera, Yeah Yeah Yeahs lo son. La banda de Karen O va ya por su quinto álbum de estudio, con el cuál logran aunar el cismático sonido de su anterior It’s Blitz (2009) con sus primeros trabajos, en un ejercicio de progresión inversa que da como resultado este Mosquito (2013).
Siguen sonando a algo distinto respecto a aquellos trabajos, más experimentales, más electrónicos, sin dejar que se pierda su personalidad, impresa sobre todo en la carismática voz de su líder. Precisamente por ello marcan la tendencia, no por desarrollar modas, si no por su individualidad que se desentiende de estas trivialidades y, por ello, surge como un referente. El disco transmite esa confianza, pero alejados de un plano sensorial y adentrándonos en profundidad, sin dejar de ser un buen y, sobre todo, interesante disco, peca de su propia grandilocuencia.
Al pasar de la simpleza de su Gold Lion a la actual amplitud sonora, lógicamente todo ese espacio creado pretende ser llenado, aunque resulta innecesario y, a veces, nocivo para la comprensión de los temas. Llegan a cotas de acumulación en las que los entrelazados ecos de Subway terminan por empastar en demasía, sin una dirección clara, no por ello menos disfrutable, pero sí más dificultoso, no llegado a ese punto. Discurren entre claroscuros, desde aquí hasta el minimalismo de These Paths, evocando más que golpeando, evitando ser directos en la mayor parte de sus temas.
Han vuelto a hacer más uso de las guitarras olvidadas en su anterior trabajo, con un renovado protagonismo compartido con el paisajismo musical que envuelve al disco. Con la llegada a Area 52 retoman parte de su post punk originario, aunque rodeado de sintetizadores que no dejan de acompañarlos a lo largo del álbum y, además, con una inclinación menos agresiva en sus temas. No faltan los lugares demasiados comunes, como Despair, pero son pequeñas frenadas a la originalidad que ofrece el resto del disco.
La inclusión de elementos electrónicos sobrepasa la propia instrumentación, experimentando con la propia voz, de por sí repleta de triquiñuelas de producción. Casi constantemente distorsionada, reverberada e igualmente misteriosa, la voz de Karen O se desliza en mejor trabajadas composiciones vocales a varias capas, desde la sensual serenidad de sus graves a los histriónicos chillidos a los que recurre con mayor versatilidad y gracilidad. El peor factor de producción se encuentra en no haber sabido dotar a las zonas extremadamente cargadas del álbum de una mejor distribución que aporte ligereza y espacio, comprimiendo una gran cantidad de detalles en un volumen muy reducido, aunque, como siempre, la decisión artística se encuentra por encima de lo que es erróneo o correcto en lo estrictamente técnico.
En ocasiones hace sentir embriagado, en las mínimas incómodamente acosado y por lo general, al menos interesado. Han conseguido un hito importante que es aunar un inevitable giro en su estilo con su esencia primordial, algo que fácilmente puede sonar forzado pero que ellos consuman con naturalidad y franqueza. Desde Fever to Tell (2003) hasta hoy ha habido un cambio notable que aquí reencuentra sus raíces, a las que, de todos modos, usa simplemente el ancla, con la vista puesta más en el futuro que en el pasado.