Ellos son de Brooklyn, el centro neurálgico del mundo. Son calles infectadas de mitología, el lugar adecuado para nacer si quieres ser músico o escritor o cineasta, el peor lugar del mundo para destacar más allá de las nuevas olas generacionales o las contra-olas (mis preferidas). Chris Keating y los suyos no empezaron a ganar hasta que en 2008 tocaron a cappella Take Away Show en el metro de París, muy lejos de los rascacielos. Después llegaron los festivales, las giras y el reconocimiento de que ese pop sicodélico lleno de influencias tribales era algo excepcional.
El éxito puede ser longevo, pero hay que alimentarlo. El gran agujero negro económico, social e imaginativo que devora el mundo ha provocado que Yeasayer haya grabado un tercer disco titulado Fragrant World que no es más que la marca blanca de 2080, ese corte casi perfecto que ocupaba el número tres en su primer álbum, All Hour Cymbals. Han buscado el single puro dejando de lado la limpieza de las cuerdas y esos coros sobrios y embellecedores de sus dos primeros trabajos. Una pena. Han bajado varios escalones en cuanto a la belleza de sus melodías pero en la pista de baile han tocado techo, sin duda han encontrado la fórmula. Más sintetizadores, más experimentos instrumentales, más rotundidad en la parte electrónica de sus cortes. Por ejemplo, Blue Paper, la tercera pista del disco. Durante los primeros minutos presume de un pop suave, de un ritmo pegadizo y una voz transparente acompañada por una percusión inmaculada. Pero de repente, llegan unos tres minutos de estupor electrónico donde se mezclan todo tipo de sonidos industriales que parecen aplastar el rastro de los viejos Yeasayer, atentos a la flauta.
Otra de las voladuras de cabeza se llama Folk Hero Shtick, un corte oscuro e inquietante revestido de un empalagoso synth-pop. Las voces, los bombardeos eléctricos y esa tímida guitarra folk interrumpida de manera ridícula por algo así como un experimento techno conforman lo que se podría definir como una canción absurda. No tiene ningún sentido.
Pero en Fragrant World hay momentos que merecen la pena, tanto como para olvidarse de las caídas. Henrietta es una canción pegadiza que incluso puede parecer simplona, pero entonces se escurre a través de ese oscuro puente lleno de sonidos evocadores que desembocan en unos maravillosos oh, Henrietta, we can live on forever. Porque Henrietta Lacks existió, y sin saberlo donó las células del tumor que la mató. Células inmortales que dieron lugar a miles de patentes que probablemente hoy hayan salvado vidas. Así de eterno es este single.
Yeasayer no pueden caer en el olvido, cualquier artista crítico con su tiempo merece respeto o al menos merece ser escuchado. Por eso esta bailable y resultona melodía de la que se nutre Reagan’s Skeleton, uno de los cortes estrellas del álbum, debe ser destacada. Una bofetada al partido republicano, en época de campaña electoral, con reminiscencias a ese presidente actor (peor actor que presidente) llamado Ronald.
A los chicos de Yeasayer les gusta escarbar entre las posibilidades de un género infinito pero difícil de moldear, quieren perdurar y a veces se equivocan pero los aciertos son más numerosos. Todo empieza con Fingers Never Bleed, un experimento bien llevado, contradictorio pero con una fuerte carga melódica y por tanto emocional. Un resumen de lo que significa Fragant World. Un buen álbum, disfrutable y muy digno. Pero si hablamos de Yeasayer entonces este disco es de marca blanca.