Bertín Osborne y Arévalo actúan en el Teatro Nuevo Apolo, algo que no vale para otra cosa que para situar al céntrico recinto en un corte de esa España que no dejará de existir por mucho Bill Callahan que nos visite. En el Nuevo Apolo se venden palomitas y se vende regaliz, se divisa techo alto como en las casas con brasero, se lucha contra la oscuridad de Tirso como contra la modernidad y se abre unos servicios que tienen algo de garito malasañero. Por eso tiene encanto y tiene Madrid y por eso ayer el propio Callahan parecía un elemento más de esta ciudad tan bipolar como única.
‘Dream River‘ (Drag City, 2013) era la excusa en forma de gran álbum que tenía el de Maryland para iniciar gira en España y la que tenía el teatro para llenarse. Durante casi más de dos horas directas y sin descanso, profundas y oscuras, el artista y su banda ofrecieron un recital soberbio en la ejecución pero quizá demasiado intenso en algunas partes que provocaron cierto letargo en las partes finales.
Callahan se atrevió a la improvisación pero contenida, como contenida fue la actitud de un público entre ensimismado y concienciado de que meter aplausos entre silencios podía estropear la magia. Se arrancaron con ‘Dress Sexy at My Funeral’, una de las mejores frases que Bill fabricó cuando era Smog.
El directo se centró en dos grandes temas que no provenían de su último trabajo sino de ‘Apocalypse‘ (Drag City, 2011). Con la ligereza intensa de ‘One Fine Morning’ y la fuerza de un tema mayúsculo como ‘America!’, las dos canciones, que pasaron los 10 minutos, se convirtieron en las dos piezas capitales de la noche. Tanto un Callahan en pie como su banda sentada ofrecieron un concierto que, sin los lucimientos de Wilco ni la orquestación de Lambchop, se pusieron a un nivel alto al que le faltó una chispa de agresividad en los momentos finales para haber podido celebrar una noche sobresaliente en la que también hubo tiempo para desarrollar con entereza los grandes tomas que componen este ‘Dream River‘ que ayer se hizo tan madrileño.