Crystal Castles (La Riviera, Madrid) 19.02.13

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Crystal Castles MadridCuando el escenario se llenó de humo y la figura impertérrita de Ethan Kath jugueteaba con el teclado, la jauría humana que reventaba La Riviera comenzó a gritar con cierta dosis de enajenación. Pero… ¿Dónde estaba Alice Glass?

La bruma se despejaba y todos pudimos ver como la pequeña Alice comenzaba a escalar por el pie de su micrófono mientras movía su cabeza con las maneras de un demente. Justo después de tirar el pie del micro a los fotógrafos que estaban a su izquierda comenzó a entonar Plague, el corte con el que los canadienses abrieron su tercer disco homónimo conocido como III. Los sonidos fabricados por Karth y la voz exaltada de Glass anunciaban el enfermizo espectáculo que se llevaría a cabo en la sala durante la próxima hora y pico.

Un batería acompañaba a la pareja. Sus golpes sonaban a latigazos.

Pero la pirotecnia salía de la caja del larguilucho de Ethan, que ayer en vez de capucha iba ataviado con una bandana en la frente. Su universo debe estar a años luz de aquel en el que vive Alice. La joven desequilibrada restriega sus piernas vestidas con medias rotas por el suelo del escenario mientras se fuma un cigarrillo mirando con delirio a los ojos de cada uno de los que estaban en La Riviera. Después se toca con excitación su melena de color ceniza y comienza a sacudir tímpanos. Las cuerdas vocales están a punto de estallar cuando Alice abarca cortes como Do deer o Baptism. Si su garganta sangrara ella seguiría cantando. Su generosidad se constata cuando la chalada de Glass baja del escenario en trance y comienza a mezclarse con el público, sobrevolando la masa gracias a esas manos que la sujetan, la tocan, la acarician…

La electrónica desvirgada por ese synth-pop experimental que define a Crystal Castles tiene pasajes más suaves.  Tan suaves como la piel amoratada de las piernas de Alice.  Celestica es uno de esos cortes con los que el dúo concede un momento de paz y de introspección. Pero no dura. El juego de luces vuelve a transformarse en lo que podría ser un síntoma de la epilepsia, Ethan recupera la melancolía febril de su teclado y Alice entona desgarrada una de las canciones más destructivas del tercer disco, Wrath Of God.

El techno dañado y deforme con el que trafican los dos canadienses también tuvo un hueco, Sad Eyed hizo que el sudor saliera disparado hacia todas las direcciones. Pero sin duda uno de los momentos de la noche lo protagonizó la versión de Not in love, que en el segundo disco es también interpretada por Robert Smith.

Alice se internó tres veces en el hervidero de fans. Se fumó dos cigarros. Tiro cuatro veces el pie del micro por los aires. Se revolcó por el suelo una canción sí y otra también. Nunca saludó. Y a pesar de esta falta de cordura, o quizá debido a ella, cada directo consigue que el público (tanto ellas como ellos) se enamore perdidamente de su esquizofrénico carisma. Y todo esto en tan solo una hora y diez minutos.

Tras la última canción Ethan se fue impasible de la misma forma que llegó y Alice se marchó languideciendo con un escueto movimiento de mano que pudo significar: “adiós”.

Pedro Moral
Pedro Moral
Periodista especializado en Cine, formó parte de HABLATUMÚSICA.com de 2011 a 2014. Actualmente, prosigue su carrera en diversos medios.

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