Si los indios americanos pensaban que si les tomaba fotos su alma quedaba en ellas así como la presentadora de RTVE consideraba la posibilidad de que esta residiera en cada órgano, puede que parte del alma quede impregnada en cada sonido. Al menos eso es lo que Cuchillo parece regalar en cada canción y momento, en cada uno de esos directos que vienen a cuento de la presentación de su segundo álbum, Encanto.
Su psicodelia mediterránea contiene todo el carácter de un modo de vida servido en cortes que no hacen más que crecer y agrandarse en directo hasta transformarse en pequeños mundos con una neblina que absorbe e hipnotiza. Un ambiente que parece complicado llevar al terreno real. No para Cuchillo.
Bajo las primeras lluvias que poco lavan el cielo tóxico de Madrid llegaba ayer el trío a la sala Mobydick que guardaba un calor de trópico aparecía el grupo en una nueva visita agradecida con una gran entrada que iba a presenciar otro de los viajes atemporales a los que su último trabajo es capaz de conducir. Y puede sonar pretencioso pero el concierto de ayer era un recuerdo perfecto a la calidez de la Pompeya de Pink Floyd. Bajo los ritmos creados por la voz y guitarra de Israel Marco y los teclados de Henrik Ågren se encontraba la omnipresente batería de Daniel Domínguez, mago en esto de transformar los sonidos soñados de sus composiciones en algo tangible.
Así, en algo más de una hora, fueron entregando ese hechizo de 10 cortes y ofreciendo de paso aquellas composiciones que precedieron al que es uno de los grandes álbumes de este 2012, el EP Duat, aún más hipnótico y progresivo, e incluyendo algún regalo que descubre parte de sus influencias más directas, como una versión a capela de What are Their Names, incluida en el álbum debut de David Crosby en solitario If I Could Only Remember My Name. Apuntaron alto y consiguieron llegar a un público que sabía que Cuchillo es una pequeña joya que va aumentando de tamaño y no tiene intención de parar. No hay techo.