Da la sensación cuando te enfrentas una y otra vez a grupos nuevos que te provocan diferentes emociones de que las personas somos como una foto de larga exposición que toma una cámara fija frente a una carretera de ciudad por la que nunca dejan de pasar coches y personas. Las primeras luces e impresiones que pasan quedan grabadas para siempre, y cuantas más luces e imágenes quedan plasmadas más difícil es que una nueva permanezca, y sólo las luces más brillantes o las que pasan por un nuevo lugar pueden hacerse sitio en esa selva finita de colores y formas.
El ENO Festival tuvo lugar el pasado sábado 27 de abril, y nos trajeron en un ambiente diferente de tranquilidad en la que degustar los vinos mientras escuchábamos música relajada aunque de alta calidad.
La hora elegida ya era diferente a la que suele ser habitual para disfrutar de un concierto, empezando a las dos de la tarde y acabando de madrugada.
Era difícil llegar a una hora que permitiera asistir a todos los conciertos, así que llegamos poco antes de que Alondra Bentley acompañada de un pianista/guitarrista y un brillante trompetista hicieran su entrada en el escenario de el Círculo de Bellas Artes.
Su delicada voz que recuerda a cantantes del estilo de La Bien Querida, Russian Red o Cat Power fue animando al público en un estilo completamente acústico mientras la trompeta creaba una atmósfera sureña a veces brillante, a veces totalmente opaca. Los arreglos al piano y a la guitarra creaban un contrapunto interesante con sus líneas de corte infantil e inocente haciendo caminar de forma contenida las canciones.
A pesar de su corta carrera y de la dificultad de enfrentarse a un público tan numeroso con canciones tan suaves, Alondra se impuso a las conversaciones que crecían por momentos con sus canciones e incluso reprochó la falta de interés de los asistentes en la pausa entre tema y tema.
Una vez subieron McEnroe al escenario el silencio fue completo. El magnetismo de Ricardo Lezón, vocalista de McEnroe, sobre el escenario es increíble. Controla perfectamente las intensidades y los tiempos en los que crecer con su personal y potente voz, llevando al público a meterse de lleno en sus canciones. Incluso en el formato de dúo consiguieron transmitir sentimientos de gran intensidad y comunicarse con el público por medio de canciones como Tormentas, La Cara Noroeste o Los Valientes. Mención especial a las colaboraciones repetidas de Miren Itza de Tulsa, que con su voz y su presencia tan perfectos para la ocasión acompañó al dúo.
Tras unas copas de vino y la animación creciente en el público hicieron su aparición en escena Hidrogenesse, dando un salto del estilo del festival, hasta entonces relajado, que invitaba a degustar los grupos tranquilamente con una buena copa de vino en mano, para intentar adentrar al público en algo más parecido a un festival al uso. Y en este sentido el festival también se decidió por dos apuestas seguras y consolidadas. Una la demediada heredera del histórico pop madrileño de La Movida, los mencionados Hidrogenesse, que con sus ritmos de plástico, sus voces nasales y desafinadas, y sus letras burdas reunieron a los más deseosos de fiesta, aunque todavía un poco fríos para responder a la llamada de las baterías programadas.
Fueron Layabouts los encargados de prender la mecha para la explosión. El grupo madrileño llenó con su rock hasta el último rincón del enorme salón circular donde tenían lugar los conciertos y con un sonido contundente e intenso como ninguno hasta entonces pusieron a todo el mundo a saltar al son de sus canciones. En sus acordes acelerados, sus ritmos eléctricos, que no tienen ninguna fisura, demostraron que siguen siendo uno de los grupos a tener más en cuenta de la capital. El mejor cierre posible para un festival que ya no pensaba ni en champán, ni en vino, ni en nada más que en la música.