No sería honesto al decir que crucé las puertas de la legendaria Caracol, bastión musical para nuestra capital, con una mentalidad abiertamente crítica. Llegué con la ilusión y la esperanza de que lo que hace poco opiné en su álbum H (2012) se repitiera sobre el escenario. Pues bien, he de confesar que no, no es igual; es mejor. Havalina saben a la perfección como conseguir un directo eficaz, potente y electrizante, llevando a una abarrotada sala hasta el más genuino clímax musical.
En la puerta, un coche de policía con cuatro de los mismos a su entrada; una situación a la que, por lo visto, tendremos que acostumbrarnos en el mundo de la música. Estos pudieron observar como la gente entraba en una atmósfera general de curiosidad e impaciencia a que empezara el concierto de los madrileños de Manuel Cabezalí, los cuales nos reservaban dos horas íntegras de auténtico y mayúsculo rock. Si se esconden por favor que salgan, porque les necesitamos, pero no es fácil encontrar bandas en activo en este género que suene como ellos. Este concierto forma parte de la gira de presentación de su último álbum, pero a mí me huele a excusa, la primigenia necesidad de actuar tiene más peso en este grupo y es que eso se nota, se siente en el escenario y recorre a cada uno de los asistentes. Las simples caras del público lo decían todo; escuchabas merodeando por la sala más de un: “pues suenan muy bien, ¿a que sí?”, que en el transcurso de la noche acabó trasformándose en un alarido de excitación conjunta ante tal despliegue. Y el público no exageraba.
Pudimos escuchar por primera vez su nuevo álbum en directo en su regreso a Madrid, que será su último concierto de este 2012, repasando temas de este increíble trabajo como la apertura nocturna de Norte, el fantásticamente hipnótico stoner de El Estruendo o Música Para Peces, donde Cabezalí desató las cadenas y enfervorizó durante el solo a un público que ya se daba cuenta de no estar viendo a una banda cualquiera; si con una sola nota logras transmitir de esa manera, es que eres grande. Y no solo por ello, ya que su equipo instrumental parte de una Greg Bennett (que, para el que no lo conozca, es una marca bastante mediocre), entre otras, haciendo sonar ese trozo de madera como una trompeta celestial; eso sí, distorsionada y mucho. Sin ostentaciones faraónicas, pero demostró una virtud técnica digna de halagos que discurre entre el indie rock, el stoner de Kyuss o la particularidad de Matthew Bellamy de Muse, la cual se apoya en la sólida sección rítmica que conforman Javier Couceiro a la batería e Ignacio Celma al bajo, con una constancia que brilla en temas como Viaje al Sol de su último trabajo o Desierto de su anterior Las Hojas Secas (2010).
Aquello que los hace destacar en el estudio, se refuerza sobre el escenario. Acentúan con más fuerza sus ambientaciones psico-melancólicas y enchufan toda la potencia posible en sus partes más enérgicas, deslumbrando cada asombroso detalle en temas como Animal Dormido, Animal Despierto. Llegó el final y antes los tres bises: Mamut, la ya mencionada fascinante El Estruendo (que ocupaba la mención especial de la crítica del álbum) y, para cerrar una noche electrizante, Incursiones de su Imperfección (2009), con una jam final donde Couceiro abandonaba la batería en otras manos y pasaba adelante junto con sus compañeros para terminar con un público que, durante todo el colofón, no podía dejar de aullar ante una banda que ya no hay manera de olvidar.
Hace poco escuché a un técnico de sonido decir que si la banda suena demasiado alto entonces no dejas al público hablar. Este pasado viernes Havalina fue de aquellos que no daban lugar a la conversación, aunque, a decir verdad, todos nos habíamos quedado ya sin palabras.