Olía Madrid a esas noches de primavera que auguran eso tan en falta y que tanto temen en el sur cuando llega Semana Santa. Olor especial en una velada especial gracias a Lambchop, que venían a cerrar su gira europea. Tras pasar por Barcelona y Bilbao, el lugar elegido fue Joy Eslava, transformada en Tennessee durante algo más de hora y media en la que hacía falta mayor artificio que la música de un grupo que siempre apostó por esos sonidos que corren por Estados Unidos y que no siempre fueron correspondidos. Ahora suena raro que el country experimental fuera marginado durante lustros.
En el escenario siete músicos dispuestos en semicírculo, casi todos sentados, delante de un sobrio telón negro donde desarrollar ese clasicismo tan evidente que resulta hasta raro en un mundo que parece que olvidó la calidez y lo genuino para obsesionarse con mirar al futuro sin vivir el presente. Como el periodista aferrado al precioso papel, los de Kurt Wagner trasladan con acordes a un mundo donde el tabaco apenas hacía daño, las películas se veían sólo en los cines, las ciudades eran vírgenes y todo el mundo creía en la democracia.
El líder apareció oculto por su particular gorra y gafas con las que su rostro lucha contra el paso de los años y con los primeros acordes lució esa peculiar voz hipnotizadora y cercana a las lágrimas melancólicas que dejó noqueado al público. La música cercana al bluegrass –que cobra mayor protagonismo en Mr. M, último disco homenaje al fallecido Vic Chesnutt y uno de los mejores que han entregado en su larga carrera, lleno de melodías de las que ya no se hacen- sonó como si el silencio fuera un instrumento más acentuado por el respeto del público, algo que se echa mucho en falta.
Así, su último álbum fue el eje central de un show que recordó varios de los pasos que han llevado a Lambchop a la élite oculta del sentimiento musical norteamericano. Así, Bajo líneas de piano clásico y pedal steel, fueron cayendo las canciones sin apenas interrupciones con un Wagner tímido ante los aplausos y que apenas miró al público hasta la recta final del concierto. Sonaron perfectas todas y cada una de las canciones acompañadas bajo una perfecta batería tocada al estilo clásico, convirtiendo cada corte en un himno que rozaba la perfección del género, coloreando con multitud de grises la sonoridad. No podría ser mejor, no hacía falta nada más ante un evento que atrapaba al instante el alma o aquello que tengamos dentro que pesa 21 gramos. Cuando Estados Unidos decide hacer música, sale Lambchop.
por J.J Castellanos