Los que fuimos a la Sala Heineken sabíamos qué íbamos a encontrarnos y precisamente eso fue lo que pasó. No age ofreció su espectáculo más garajero y primitivo. Los de California llegaron a Madrid a presentar su último disco Everything in Between, en el cual había algunos guiños a un tipo de música más suave y acústica de lo que se había visto de ellos antes. Sin embargo, nada de eso varió ni un ápice el contenido del concierto.
Hicieron un auténtico alarde de quien se sabe conocedor de los peligrosos límites del ruido y los diferentes efectos del acople. La guitarra de Randy Randall y sus rasgueos desfigurados eran los dueños y señores del sonido que se agolpaba por salir disparado desde los altavoces de la Sala Heineken. Si bien, lo más destacado tal vez fue la actuación de un hiperactivo Dean Allen, el batería de la banda, que dio un auténtico recital de habilidad, potencia y desparpajo. Él era el espectáculo sobre el escenario y personificaba la contundencia
del sonido del conjunto con sus gritos desgarrados y golpeando la batería con las dos manos si hacía falta.
No Age comenzó la actuación precisamente con la primera de su último trabajo: Life Prowler. Fue tan sólo una preparación leve y momentánea de lo que sería en realidad el resto del concierto. Fever Dreaming fue la encargada de despertar a un público bastante apático de su indiferencia, aunque no estarían realmente activos hasta los últimos minutos del concierto. Otros temas que se unieron con su potencia al single del disco serían Skinned, Everybody’s Down- un auténtico himno de la banda- o Teen Creeps– en mi opinión el verdadero momento álgido del concierto-.
Para terminar, los californianos tocaron su Boy Void alargando su característico riff hasta que el público no supo si saltar o salir corriendo despavorido.
C. Naval