Optimus Primavera Sound 2013 (30 de mayo al 1 de junio, Oporto)

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Oporto ya sabe a música independiente. Dos años y cualquiera lo diría. La segunda cara de la moneda del Primavera Sound en su edición portuguesa tiene los rasgos únicos de un festival que no tiene ningún problema en consolidarse, y es que, cuando uno piensa en el Optimus, viene a la cabeza la imagen de una ladera totalmente verde llena de gente sentada en sus mantas de picnic. Solo ese agradable recuerdo ya invita a volver.

En cuanto a la música, tras la inicial decepción de perder por el camino a grupos de la talla de Phoenix o Animal Collective de la edición barcelonesa, se echó en falta esos grupos no tan conocidos para ser un cabeza de cartel, pero con calidad suficiente como para llegar a la primera plana de la música independiente dentro de un par de años. Los llamados grupos intermedios, que hacen de la cita del Primavera Sound la meca particular del público alternativo de Europa. Por otro lado, la gran diferencia que había entre el sonido de los cuatro escenarios que había en el festival era más bien alarmante, de forma que quien tocaba en el Palco Pitchfork (bajo una carpa) y, sobre todo, en el Palco Super Bock, tenía que encomendarse a la suerte para compensar las evidentes carencias del equipo respecto del Palco Optimus.

Jueves

Guadalupe Plata supieron recibir como se merecían a los impacientes que llegaron al Optimus desde primera hora. Su rock sinuoso y con sabor añejo fue la mejor bienvenida posible de un festival que no contó con muchos grupos españoles. Por su parte, Guadalupe Plata demostraron que están a la altura para dar el salto a festivales internacionales, puesto que su lenguaje, el blues, es universal. Peor fue el papel de Merchandise, a los que auparon sin razón ninguna para inaugurar los conciertos en el escenario principal, y donde exhibieron un rock aburrido, monótono y con una voz tan impostada que echaba para atrás ya desde lejos. Wild Nothing ya fue otra historia. Con esa mezcla de pop fresco que sabe a un cóctel de The Cure con The Smiths, sacaron justo lo que habría necesitado una jornada veraniega, si este primer día no hubiera sido tan frío. Aquí se notó una y otra vez el déficit del escenario, donde el sonido de algunos instrumentos se diluía en muchas ocasiones, aunque eso no les impidió dar un poco de color a la gélida tarde.

The Breeders despidieron al sol en el Palco Optimus revisando su conocido ‘Last Splash’. Supuestamente era el momento en el que el festival subía un escalón al siguiente nivel cualitativo, pero The Breeders se encargaron de minimizar ese impacto con un descaro y una dejadez que rallaba la falta de respeto por el público. Así, echaron unas buenas paladas de ruido innecesario e incoherente sobre sus hits, que quedaron desdibujados. Nick Cave no se andó con chiquitas. Él no es un artista que viva de su pasado, y lo demostró explotando hasta el último resquicio de sus maravillosas composiciones. Como si fuera el sumo sacerdote de una especie de religión, atrajo hasta sus garras al público, con el zarandeo pausado de su voz, que bailaba al ritmo del perfecto acompañamiento de sus Bad Seeds. Y después de agarrarnos a todos, nos sacudió  brutalmente, desatando el caos, siempre malévolamente planeado para el momento preciso, como si fuera un relojero que conoce el mecanismo detrás de las luces de colores. El mejor concierto del Optimus, y uno de los mejores que he visto en mi vida.

Tras algo así, Deerhunter salieron con descaro al Super Bock con todo en su contra. No se encogieron y declararon su amor por el Primavera Sound: “el único festival del mundo”, en palabras de Bradford Cox, cantante del grupo de Atlanta. Y allí dieron un giro a su repertorio, que solía tener un corte shoegaze, para presentarlo desmelenado y afilado como un cuchillo de rock, condicionado por su indudable borrachera sentimental (y seguramente de algo más). Su último trabajo, ‘Monomania’, los ha consolidado como uno de los grupos más imprevisibles y más interesantes del panorama actual, y en el escenario demostraron que tienen el talento para eso y más. Tristemente, cualquiera diría que quedaron relegados a un segundo plano por la organización, y también por un público que esperaba más a James Blake. El londinense puso el cierre a la primera jornada con un alarde de virtuosismo y calidad que dejó boquiabierto a todo el mundo. Allí desplegó una de las propuestas más sólidas de la actualidad, interpretando de la forma más cruda y directa en formato de tres músicos temas que ya han pasado a la historia y al imaginario colectivo. Asusta ver como este chico ha conquistado en tan poco tiempo un lugar fijo en el palco de los elegidos, donde es indudable que permanecerá durante muchos años.

Viernes

Con el clima más afable, el Optimus encaró su segundo día con unas propuestas algo previsibles. Un ejemplo de esto fue Neko Case, que en el Palco Super Bock ofrecieron un brillante folk americano típico y tópico. Pero los nombres más conocidos no se hicieron esperar. Daniel Johnston reunió a todos sus acólitos en el escenario ATP, atraídos por la indudable mítica de un hombre que vive por y para la música, lo que se transmite en sus canciones, y a pesar de que no se encuentra en buenas condiciones de salud para hacer un concierto a la altura de un festival como el Primavera Sound. Local Natives sí que consiguieron dar el do de pecho que buscaba el público, con un directo emocionante, bailable y divertido. Es curiosa la facilidad con la que consiguieron unir de forma natural momentos de marcada tristeza con ritmos casi tropicales.

Svper inauguraron los conciertos en el palco Pitchfork, una enorme carpa que tuvo algunos momentos mejores que otros. Por su parte, este dúo consiguió sacarle un buen partido con su pop refrescante, retro y adictivo. Tras ellos, se subieron al mismo escenario Melody’s Echo Chamber, que no dieron tregua con un directo contundente en el que las canciones de su debut tuvieron un giro impactante que sorprendió gratamente a los presentes. Los focos de atención se trasladaron automáticamente hacia Grizzly Bear, uno de los más esperados, que supo seducir desde el primer momento a un público heterogéneo, ofreciendo la versión más pausada de una música eterna que mantiene su calidad en cada disco, en cada acorde, en cada sílaba. Grizzly Bear son puro arte, y arte del más sublime mostraron en el Optimus.

Pero Oporto también sabe bailar y saltar, cosa que el público demostró en Metz y al ritmo de Four Tet. Los primeros sacaron las garras desde el primer segundo, con su hardcore directo, sencillo y electrizante. Four Tet por su parte volvió locos a los que se dejaron enredar por sus ritmos coloristas. Y entonces llegó Blur, el cabeza de cartel de la noche y del Optimus, que salió al escenario a darlo todo desde el primer segundo. Se arrancaron con “Girls and Boys” y desgranaron uno a uno todo su repertorio de greatests hits, con la frescura de quien está de vuelta por todo lo alto. Hicieron un exultante repaso de su discografía, orgullosos de ser quien son, y desatando la locura entre el público, que seguro que un año atrás jamás pensaron que podrían ver a sus ídolos. Para ello fue esencial la colaboración de Damon Albarn, que contagió al público con su alegría desbordante. Esto sí que es un regreso de oro.

Sábado

El último día del Optimus fue sin duda el más descabezado de todo el festival. Sin una referencia clara, y con propuestas para todos los gustos, el público migró del post-punk a la electrónica experimental como quien pasea por un museo. The Drones en sí mismos ya contenían ese valor ecléctico en su puesta en escena, aunque con una propuesta musical inconsistente. Dinosaur Jr. Intentaron teñir el Optimus con el sabor metálico de sus guitarras, pero sólo consiguieron subir la media de decibelios innecesariamente. Sus canciones, bastante lineales, perdieron en directo su calidez y el encanto del álbum de estudio, y sólo consiguieron conquistar a los ya conquistados, con ganas de ver de cerca a un mito del rock. Otro de los mitos que no se sostuvo en pié fue el de Los Planetas, que no fueron capaces de mantener el nivel, y emborronaron sus canciones como quien reivindica sus valores en contra de lo que en realidad importa: la música.

Antes que ellos, L’Hereu Escampa se subieron al Pitchfork con la confianza y la ilusión de un grupo que comienza y que tiene todo un mundo por descubrir. Su juventud y pasión es contagiosa como la música de los canadienses Japandroids, con los que además comparten el formato de dúo: batería y guitarra. Otros más veteranos, The Sea and the Cake, también se reivindicaron con oficio y un buenísimo nuevo disco a las espaldas. Explosions in the Sky bajó el ritmo acelerado de la jornada y dio alas al público para flotar sobre una música ambiental que los trasladó a un lugar muy lejano. Esta delicadeza fue una especie de islote en el que se embarcaron muchos, mientras el resto escuchaban a White Fence.

Este chico es impresionante. White Fence no es solo rock, no es solo psicodelia, no es solo blues en las venas. Es una mezcla explosiva de todo eso, pero con una seña de identidad inconfundible: su capacidad para cabalgar la ola sin sacar los pies del suelo. Su personalidad es magnética, aunque sin duda recuerda a la nueva hornada de roqueros de la costa oeste que han resucitado a la psicodelia de los años 70 y le han dado una buena patada. Ese brillo estuvo presente en el Primavera Sound, aunque faltó a Ty Segall para que la fiesta fuera completa. Liars se subieron al Super Bock sin hacer ninguna concesión al público. Experimentación electrónica de altos quilates que parece llegar de un futuro incierto. Y ya llegó la hora de My Bloody Valentine. Los de Dublin desataron ese sonido perfecto con el que una vez soñó Kevin Shields, pero no llegaron ni de lejos a ofrecer lo que debería ser un directo: sacar todo el jugo posible a tus canciones. El shoegaze del grupo es sincero, pero le faltó algo más que releer canciones conocidas para un público de acólitos. Por su parte, Titus Andronicus sí que sorprendieron, aunque de forma negativa. Fueron directos a sus raíces, que guardan intanctas, liderados por un cantante totalmente afónico, lo cual ya desmereció mucho para quienes esperaban encontrarse con el potente chorro de voz de Patrick Stickles. Una pena. Aunque, con todo en contra, este islote punk se consiguió mantener en pié y poner a todo el mundo a bailar, lo cual ya es decir mucho en un festival en el que hacía falta dar mucho para mover al público y empujarlo fuera de su posición de observador anónimo.

Fotos Lino Silva y Tiago Martins para Optimus Primavera Sound

Carlos Naval
Carlos Naval
Periodista. Formó parte de la redacción de HABLATUMÚSICA de 2010 a 2013. Actualmente continúa su carrera en diversas compañías del sector de la Comunicación.

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