Una estrella tarda millones de años en apagarse. Al menos hasta donde yo sé. Lo que sí sé es que las terrenales, las que se suben a un escenario desde que son jóvenes y son de verdad, son capaces de brillar hasta que sus cuerpos se lo permiten. Es bonito ver a esas estrellas que uno creyó que nunca vería, no sólo resistiendo el paso del tiempo, sino haciéndose más fuertes.
Para Mike Scott estos 30 últimos años de su vida el centro de todos su intereses han girado en torno a The Waterboys, un gigante transformado en los Ojos del Guadiana que pareció que nunca regresaría, menos en una edad en la que las cosas se toman de distinto modo. An Appointment With Mr Yeats ha servido para recordarnos, mediante versos del poeta W.B. Yeats, que ni Scott ni los suyos se han marchado. También ha servido para visitar España y Madrid, de la que toca hablarles.
Salió Scott con pelo manchado de blanco y camisa pintada con claveles que le hizo parecer un José Mercé a dieta junto a una banda con ese toque tan perfecto que otorga la madurez. Poco más diferenciaba su delgada figura de la de hace décadas, cuando eran la cabeza reivindicativa de un folk británico que se mueve entre complejos por culpa del britpop y que tiene mucho que decir. La misma luz, la misma garra e implicación seguían ahí, ahora en el teatro Kapital. Destacaba siempre a su lado el impresionante Steve Wickham, violín en mano y agitando la cabellera con ese aire dramático con el que solo lo hacen los que poseen la habilidad de tocar el bello instrumento, bañando todo el show de ese toque que sonaba a la Irlanda recluida en bares de luz oscura.
Ante un repertorio que no dejó joyas aparcadas, el público, que llenó hasta el último hueco del recinto, cayó rendido ante un show lleno, eterno, total, que será recordado durante años, como si fuera el último de The Waterboys. Pronto el partido que se estaba jugando a kilómetros de allí fue olvidado ante la implicación total y las canciones que jugaban con el tiempo manejadas en todo momento por un Scott al que le bastaban un par de movimientos de brazo y unas cuantas miradas para dirigir la banda, que cerró con ese himno tan inmortal como bien hecho que parte del público venía reclamando desde el inicio del concierto: Fisherman Blues. Que The Waterboys sigan brillando.
Fotos cedidas por heinekenpro.com / Dani Carretero
Texto por J.Castellanos