- Texto por J.Castellanos
- Fotos por Pedro Moral
Jeff Tweedy encajó el sombrero en esa cabeza que tantos dolores le ha dado sabiendo que el sonido sería una basura. Lo sabía él, John Stirrat, el resto de Wilco y lo sabía también los toros de bronce que guarda Vistalegre. Inicio y presagio de que la noche podría ser para olvidar, una de esas que difícilmente haya tenido la banda de Chicago, cúspide de la perfección americana. Toda la tarde intentando hacer sonar un lugar en el que solo quedan bien los gritos multiplicados de los que aplauden los fines de semana el juego del Balonmano Atlético de Madrid, antes Ciudad Real. La parte mala del trabajo de músico que nunca se cuenta. Simplemente podían haber subido al escenario y tocar durante hora y media con atronador volumen para tapar las carencias de un recinto que no merece la calidad que engloba la banda. Como Messi jugando con chanclas.
En lugar de eso decidieron cumplir en otro concierto que, pese a no llegar a la conexión de aquellas más de dos horas de noviembre del año pasado en el circo Price de la capital ni al celebrado concierto del día anterior en el Liceo de Barcelona, supera cualquier cosa que pueda verse en directo. Sin trucos ni artificios. La tarea era complicada en un emplazamiento tan bueno para hacer conciertos como la mesa de un billar para jugar al tenis. Mientras la batería del inmenso Glenn Klotche se perdía entre el ruedo de cemento y los teclados intentaban aguantar, Ashes of American Flags abría la noche rindiendo un homenaje continuo a Yankee Hotel Foxtrot.
Como venían a re-presentar The Whole Love, su siguiente paso fue Art of Almost, su pieza más experimental en ocho trabajos de estudio. Así fueron cayendo las canciones del álbum como se iba olvidando la sonoridad con la máxima que dice que Wilco no puede hacerlo mal e iban adentrándose en piezas más lejanas de A Ghost is Born o Sky Blue Sky. La delicia del punteo de Imposible Germany, la revisión de Spiders o Hummingbird dieron un paseo por la pista del recinto junto a un público que iba tomando importancia con el paso de los minutos y viendo la demostración de que Wilco pueden tocar bien hasta en el infierno, de donde parece venir Nels Cline. El guitarrista, camisa roja, recordaba sus momentos de éxtasis con las seis cuerdas en cuanto tenía ocasión, convirtiéndose es ese puro espectáculo individual, entre profesional y egocéntrico, en contra de la armonía Wilco que le hace tan genuino.
En el último tramo apareció Jesus Etc para terminar de convencer al público que ya había tenido una dosis completa con Born Alone, Kamera, Handshake Drugs, Heavy Metal Drummer para finalizar con un duelo de guitarras entre Cline y Pat Sansone en una noche que sirvió para recuperar la eterna fidelidad de la ciudad por Wilco y de paso verificar que lo que se vivió en el circo Price el pasado año fue algo más que un simple concierto.
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