Hay artistas que buscan entrar a cañonazos. Vender su historia, cambiarla si hace falta, rendir pleitesía a los que les encanta escuchar la palabra «industria». Lo que sea. Todo para encontrar el camino de la fama, ese ente demoledor que deforma al débil pero también al fuerte. A ese bandazo que termina en tragedia los eufemísticos periodistas le llamamos accesible.
Julio de la Rosa no entiende de eso. El músico de Jerez de la Frontera ha cosechado una larga carrera que ha estado siempre alejada del producto, manteniéndose, como dirá él durante la entrevista, alejado del concepto supremo de éxito. Han pasado ya tres años desde que editara el celebrado La herida universal, pequeña gran joya del pop nacional de los últimos años.
Tres años han pasado de aquello. ¿Qué ha hecho Julio de la Rosa desde entonces? Cinco bandas sonoras -estuvo nominado al Goya por la excelente ‘Grupo 7′, un poemario, una novela, 17 videoclips, gran parte de ellos dirigidos por él mismo. Además de preparar este Pequeños trastornos sin importancia que nos ha llevado a entrevistarle y que nos muestra a un personaje irónico, inteligente y sin poses. Julio de la Rosa al natural.
¿En qué posición te encuentras ahora mismo?
Sentado
Bien. De compositor a novelista, de novelista a poeta… hay ciertos cambios. ¿Te encuentras ahora en la posición de un cantautor?
Es que nunca he sido cantautor y es lo que he intentado transmitir con la portada. El asunto está en los ojos del que observa. Según el que me ha mirado he sido indie o cantautor -mediterráneo concretamente- he sido poeta maldito y he sido mil más. No tengo más que reírme ante este tipo de cosas e imaginar que algún día me llamen por mi nombre.
No estamos acostumbrados a tratar con alguien que abarque tantas cosas. Tenemos entonces que tratar a Julio de la Rosa como un todo.
En realidad no son tantas. Como yo empecé es haciendo canciones. Tiene sentido que las canciones que se componen de música y letra, por lo que no es tan raro que la música acabe sin letras y pasen a ser bandas sonoras y tiene también sentido que la música desaparezca y se convierta en libros. Son distintas pero están muy relacionadas.
Pero debe existir un cambio de mentalidad, ¿Cómo se pasa de hacer canciones para un álbum a componer una banda sonora?
Son las mismas herramientas pero es el modo de hacerlo lo que cambia completamente. Al fin y al cabo lo que hago en mis discos son canciones con compuestas por estrofas y estribillos y las limitaciones que tiene una canción, con las que siempre intentas jugar. Por otro lado la BSO tiene su propia gramática, con sus ventajas e inconvenientes. Aquí tienes una historia y un guión al que te tienes que aferrar. Tu paja mental está en función de ese guión, son distintas las limitaciones y distintas las posibilidades. Cuando compongo música para películas, a menudo experimento mucho más que en los discos, que no dejan de tener un sentido y un público muy diferenciado. Si yo pusiera la música de Grupo 7 en un álbum, posiblemente estaríamos hablando de música experimental porque tiene distintos lenguajes y debes saber leer la imagen. En un disco no hay imagen, no hay trabajo previo al que debas aferrarte.
¿Trabajas con algún tipo de pauta del director?
He hecho de todo, cada director es un mundo. Los hay que prácticamente no te dicen nada y otros que te dan tres notas literales sobre las que basarte. Existe otro grupo que está formado por aquellos casi no te dejan trabajar de lo pesados que son. Son contraproducentes. Las mejores películas que he hecho han sido con cineastas que han sabido delegar su trabajo. Ten en cuenta que con la música puedes transformar una comedia en un thriller, el poder de la música en el cine es apabullante. Cuando haces la prueba y cambias la música en una escena ves lo que es capaz de hacer, el sentido de la escena cambia completamente.
Dicen que la música es un actor más.
Así es y así me siento cuando trabajo. Digamos que yo también soy dirigido por el director porque tengo que interpretar en el máximo sentido de la palabra y además estoy transmitiendo emociones. Igual que un actor.
E imagino que una nominación a un premio como el Goya es algo comparable al nivel de ventas en la música ya que no tenemos un premio real que le haga justicia.
¿Por qué le pusieron el nombre de un pintor? Me gustaría ponerle Unamuno a los premios de la música, que es un apellido que suena muy bien. Realmente creo hace falta porque tenemos dos premios que no conducen a nada. Unos comerciales, los otros independentistas y al final todos terminan por ser partidistas. Mucho premio y poco consenso, al final a todos termina por darles igual.
Pasando a tu faceta de músico pop ¿cuánto tiempo llevas viviendo en Madrid?
Casi una década
Leí que Joaquín Sabina decía que, con todo el tiempo que llevaba viviendo en la capital, la seguía viendo como si fuera un forastero ¿Sigues teniendo esa mirada?
Esa afirmación es falsa.
¿Cómo?
No me la creo. Sabina comía mucho en casa de mi abuela cuando comenzaba. Mi tío era músico y los dos iban con su guitarra por Jaén y no tenían dónde caerse muertos. Eran coleguitas e iban a comer allí habichuelas hasta que el hombre cogió vuelo. Soy de los que piensa que Madrid es una ciudad que acoge a la primera. Únicamente he sentido eso en dos ciudades y curiosamente han sido las más grandes en las que he vivido: Madrid y Nueva York. Desde el primer día me he sentido como en casa.
Es cierto que hay un proceso de transformación de cosas que no has vivido en otros lugares y aquí descubres hasta convertirte en parte de la ciudad.
Hay mucha gente de fuera y en los lugares así suele pasar. La gente te lo pone fácil. No me siento madrileño pero tampoco me he sentido extranjero en esta ciudad.
Hablemos de ‘Pequeños trastornos sin importancia’. A parte de esos trastornos que desgranas en cada canción, el álbum tiene un nexo común que es el amor. ¿Qué has intentado cambiar y transmitir respecto a otros trabajos?
Supongo que cualquier cosa que hago es una reacción a lo que he hecho anteriormente. En ese aspecto este disco, además de una continuación, es una reacción a ‘La herida universal’. Todo lo que hice clásico en aquel, en este lo hice manierista. Todo lo que en el anterior estaba de forma amanerada, en este lo he hecho clásico. He cambiado desde el número de canciones hasta la temática. En el disco anterior intenté recuperar una ingenuidad que había perdido. Me puse a componer con una foto que tenía de cuando era pequeño. Fue una forma de no defraudarme. Me veía apago y pensé que esa táctica no podía fallar.
Así fue. ¿Esperabas ese éxito?
Bueno, es que los éxitos que yo tengo en realidad son bastante relativos.
Se habló mucho de aquel álbum.
Sí, obviamente fue un escalón hacia arriba pero mis éxitos, mis fracasos, son muy relativos. No doy pelotazos, no pertenezco a esa cultura. Nunca he perseguido el pelotazo, si no, hubiese hecho las cosas de otro modo. Hay gente que cambia su filosofía en busca del éxito y lo encuentra o no lo encuentra. Como no se me ocurre otra cosa a la que me podría dedicar, si de repente buscara el pelotazo me sentiría al tiempo vacío. También tengo un sentido del ridículo muy alto y eso me obliga a tener que dejar una cierta huella de lo que hago como una manera de esquivar una inseguridad que te hace…
¿Te refieres a no sentir vergüenza de tu propio trabajo?
Exacto, esa inseguridad con la que no podría engañarme a mi mismo. Por eso hago lo que hago, con toda la honestidad que puedo. Lo que hago va a quedar así y voy a tener que mirarme al espejo cada día. Procuro engañarme lo menos posible y engañar a los demás lo menos posible. No sé si lo consigo.
¿Qué has estado buscando en la música?
Superar un trauma que tuve en mi primera comunión. Lo celebramos y la orquesta invitada era la banda de rock de mis hermanos mayores que me sacan 10 años y –sí, soy un error- ellos iban con la estética Ramones. En un momento dado, como en todas las reuniones familiares, mi objetivo fue convertirme en el centro de atención. Aquel marinetiro se subió con esos macarras a cantar y me preguntaron «¿qué tocamos?». Me quedé sin saber qué decir. Uno de mis hermanos dijo: «venga, el rock de la cárcel en inglés». Cuando empezaron a tocar me sentí bloqueado y lo pasé bastante mal. Cuando viví ese momento me dije: ¿esto qué mierda es? Quizás todo lo que he hecho después tiene algo que ver con esto, ver que sí que puedo.
Bueno, ya has subido unas cuantas veces al escenario, creo que ya lo has superado…
Sí, creo que ya puedo dedicarme a otra cosa.
Otra de las distinciones entre ambos trabajos es que, como dices, había más inocencia pero también se dejaba sentir más humor…
Si, aquí el humor es más sutil, creo que también lo hay ¿no?
No es tan evidente. No es como en ‘Las camareras’.
Si, pero yo creo que las camareras no tiene ningún humor, lo que tiene es una música muy divertida, pero si lees la letra es muy oscura ¿no?
Tiene ese punto canalla.
Es porque a la gente le sigue divirtiendo la autodestrucción pero no tiene ni puta gracia. Está bien visto socialmente, lo que le da mayor peligro. Es una canción muy triste, si lees esa letra: “con las heridas aún abiertas me empezaba a abandonar”.
¿Qué fue de ellas?
Uff… imagino que viven su vida y yo vivo la mía. Todos somos más felices. Qué cabrón…
Hablemos de la portada. Es controvertida, ¿qué has querido trasmitir?
Sí que es una foto controvertida ¿Provoca? Sí. No en el sentido de irritar, sí en el de mover a pensar. El disco habla de amores trastornados y la propia palabra trastorno aparece ya en la portada. En cualquier caso la foto me resulta muy interesante por los cuatro posibles trastornos que hay. La chica que se cree un perro, el chico, enamorado de la chica que satisface el deseo de ella llevándola con una correa. A ninguno se le ve con mala cara. El tercer trastorno es el del gato, que ve fantasmas. El cuarto es el de la persona que mira la foto. Sólo ve la correa, que es la única idea que prevalece. Vemos eso y pensamos en el maltrato. ¿Dónde ha quedado el arte? Mucha de la gente que se puede irritar por esta foto luego va a ver una de Michael Haneke con sus siete violaciones y sale encantado. Ese pensamiento me hace pensar que la iconografía del rock tiene un nivel muy bajo. Aceptamos muchas cosas que vienen de otras artes.
Las portadas actuales suelen decir poco respecto a las de los setenta. Hoy son un envoltorio.
Lo has clavado. A mí me remite a la discografía del rock and roll en los setenta, aquellos que sí decían cosas con sus portadas. Actualmente vivimos en una sociedad que no está acostumbrada a pensar durante más de 10 segundos. Todo transcurre tan rápido que no estamos acostumbrados a prestarle atención a algo durante mucho tiempo. Para mí la provocación es que esta foto te obliga a romper con eso, a mirar durante más de 10 segundos, incluso te obliga a pensar, que es una cosa que ya parece de otro mundo.