La historia de la Música popular está llena de leyendas macabras. Uno de esos puntos es el que conecta a las canciones con los pasajes más oscuros de la mente humana. Estrellas compositivas, figuras de la historia musical que se mantenían en equilibrio entre la fina cuerda que separa la genialidad del vacío de la locura. Un selecto grupo de mentes que marcarían el camino a seguir para tantos otros pero que pagaron un alto precio.
Barrett fue el guía de los primeros Pink Floyd que experimentaban con la emergente psicodelia. Genio y figura, dotó a la formación londinense de características que les hicieron únicos. Junto a sus compañeros grabaría uno de los mejores debuts de la historia del rock, ‘The Piper at the Gates of Dawn’ (EMI, 1967).
Un par de años después del nacimiento de Pink Floyd, todo se terminó para Barrett. El de Cambridge comenzó a comportase de forma extraña por el elevado consumo de LSD y otras drogas psicoactivas. El músico solía abandonar el escenario en mitad del concierto y sufría episodios graves de su enfermedad psiquiátrica. Pese a que la banda intentó mantenerle como miembro, su comportamiento lo impedía.
Barrett dejó la formación con la publicación de ‘A Saucerful of Secrets’ (Columbia, 1968) e inició su carrera en solitario. ‘The Madcap Laughs’ (EMI, 1970) y ‘Barrett’ (EMI, 1970) son dos piezas brillantes bajo un sonido lo-fi que deja grandes destellos de su magia compositiva. Acabó viviendo con sus padres en su casa natal y muriendo en 2006 a causa de un cáncer de páncreas y sin recordar qué era Pink Floyd.
Cuando Capitol y The Beach Boys esperaban a que Brian Wilson volviese a tirar de ingenio para publicar ‘SMiLE’, el músico californiano agarró todas las cintas de grabaciones en las que había trabajado y simplemente las quemó. Años de presiones, abusos y drogas, muchas drogas, habían convertido a Brian Wilson en un loco.
El creador de ‘Pet Sounds’ (Capitol, 1966) pasó de la marihuana y los bocadillos al LSD. De ahí a las anfetas para acabar encerrado en su dormitorio con el pijama puesto y la bandeja de cocaína siempre cerca. Su cerebro se convirtió en un torbellino depresivo y pasó años fuera de la industria musical. Pese a todo, es una de las pocas historias de locura que acabó en final feliz. Wilson comenzó a recuperarse a mediados de los ‘80 y su regreso total llegaría una década después y lograría cerrar todo aquello que dejó pendiente con ‘SMiLE’ (Nonesuch, 2004) y aún ofrecería álbumes tan destacados como ‘That Lucky Old Sun’ (Capitol, 2008).
Entre los casos más trágicos de la historia se encuentra el de Gordon. Desde muy joven despuntó como batería, llegando a convertirse en uno de los mejores con las baquetas. Todos los grandes de los ‘60 y ‘70 querían al californiano en sus filas. Su fama aumentó tras grabar con músicos de la talla de los Everly Brothers y su participación en el ‘Pet Sound’ (Capitol, 1966) de los Beach Boys convirtió a Gordon en uno de los baterías más famosos de la época.
Después llegaría un Eric Clapton en estado de gracia y con él George Harrison y su ‘All Things Must Pass’ (Apple, 1970) o su participación en Derek & The Dominos y el mítico ‘Layla and Others Assorted Love Songs’ (Polydor, 1970). También grabaría con Frank Zappa, The Byrds, Gene Clark, Alice Cooper, CSN&Y, The Monkees o Dr. John.
Al mismo tiempo que su fama aumentaba, Gordon desarrollaba una esquizofrenia aguda que no le fue tratada. El genio de las baquetas comenzó a escuchar voces que fueron cada vez más comunes hasta que a principios de los ‘80 terminó por retirarse. En 1983, aquellas voces le instigaron a matar a su madre. Gordon agarró un martillo y la golpeó para, después, apuñarla y herirla de muerte. El batería se encuentra hoy en día en un centro psiquiátrico.
-
Daniel Johnston, el diablo y Kurt Cobain
Una de las mentes más creativas de la Música es también una de las más complicadas. Johnston es el paradigma del artista maldito. Reconocido por la escena de Austin, Johnston se convirtió en estrella del underground estadounidense cuando se fotografió a Kurt Cobain con uno de sus dibujos en una camiseta.
Con esquizofrenia y trastorno bipolar, Johnston comenzó en los ‘80 a grabar multitud de canciones en cintas de cassette, demostrando una calidad compositiva fuera de límites. Fue con la llegada del grunge cuando Johnston asumió cierta relevancia, convirtiéndose en tema recurrente de artistas como David Bowie, Sonic Youth o Tom Waits. En su mundo habitan el diablo, dios, extraterrestres o patos del espacio que también deja reflejados en cómics. Conviene echar un vistazo al documental ‘El diablo y Daniel Johnston’ (Jeff Feuerzeig, 2005), una preciosa estampa de su vida.
-
Skip Spence y el hacha de bombero
Alexander “Skip” Spence fue uno de tantos canadienses que emigraron a Estados Unidos movidos por la cultura rock que comenzó a gestarse a mediados de los ‘60. En la tierra de George Washington logró convertirse en uno de los nombres claves de la época gracias a que formó parte de una de las bandas más laureadas de finales de aquella década: Jefferson Airplane.
Como tantos otros, Skip quiso experimentar con las drogas y su cerebro no supo asimilar las ingentes cantidades de psicotrópicos que consumía. Tras dejar a los Jefferson, Spence formó Moby Grape con varios de sus amigos. Una noche, mientras el resto de la banda dormía en un hotel de Nueva York, el canadiense entró en las habitaciones de sus compañeros para intentar asesinarles con un hacha de bombero. Aunque no lo consiguió, tampoco lograron pararle y se dirigió hasta la sede del sello CBS para hacer lo propio con sus directivos. Tenía esquizofrenia.
Spence fue encerrado en NY y sometido a tratamiento. A su salida y sin una cura, dejó grabado uno de los álbumes malditos por excelencia, ‘Oar‘ (Columbia, 1969). Spence murió en 1999, aún enganchado a las drogas y completamente pobre.
-
Roky Erickson: el hombre que inventó la psicodelia
Homólogo estadounidense de Syd Barrett, Roky Erickson es una de las mentes más prodigiosas del rock y a la vez una de las más ignoradas. Si hoy es conocida Austin como la capital de la psicodelia es porque allí nació Roky en el ‘47. Virtuoso desde su niñez, el texano comenzó a abrirse camino en la escena de su ciudad natal desde muy joven. Sus composiciones llamaron la atención de The 13th Floor Elevators y pronto se convirtió en el mesías de la primera banda que utilizó el término psicodelia en la Música.
Acostumbrados a crear sus temas bajo el influjo del LSD, entre el ‘66 y el ‘69 publicaron cuatro grandes álbumes entre los que destaca el debut ‘The Psychedelic Sounds of the 13th Floor Elevators’ (International Artits, 1966). Su apología de las drogas provocó que la fuerzas del orden texanas les vigilasen con especial interés.
En el ’68, Roky comenzó a escuchar voces. Al poco fue internado en un hospital psiquiátrico en Houston, donde se le aplicó electroshock. Un año más tarde, la policía le encontró marihuana y, para evitar la cárcel, se resguardó en su enfermedad. Aquello le llevó otra institución mental donde la técnica del electroshock terminó por derretirle el cerebro. Roky saldría libre años después con un mensaje claro: era un alienígena. Si hay algo distinto en esta historia es que Roky Erickson no dejó de componer. Sus álbumes en solitario son grandísimas obras de rock. Conviene no dejar escuchar trabajos como ‘The Evil One’ (Restless, 1981) o ‘Don’t Slander Me’ (Light In the Attic, 1986).