La filmografía de Soderbergh es una montaña rusa. Fue un referente para el cine independiente con Sex, Lies, and Videotape -rodada en ocho días- , se ganó a los críticos con sus soporíferas Traffic y Erin Brockovich, le llovió pasta a raudales con la trilogía Ocean’s y se ha permitido caprichitos como el biopic del Che o la arriesgada y fallida The Girlfriend Experience, donde contrató a la actriz porno Sasha Grey para el papel principal.
Soderbergh no es un cineasta común y quizá por eso ha conseguido rodar la mejor película sobre pandemias realizada hasta la fecha. El estadounidense se ha acercado al cine comercial juntando a decenas de estrellas de Hollywood y luego les ha dado la espalda poniendo como protagonista indiscutible del filme a un virus indescifrable y mortal.
El fallecimiento de Gwyneth Paltrow –adúltera madre de familia y además, paciente cero- es el detonante de este thriller sicológico en el que un virus amenaza con exterminar la raza humana. Primero aparece la sospecha, luego la alerta, después el pánico y, finalmente, la sociedad pasa a un estado post-apocalíptico. Soderbergh disecciona todos los elementos sociales que intervienen en este proceso: política, burocracia, ciencia, sanidad y periodismo.
Matt Damon lleva el peso de ser la pareja del paciente cero y lo lleva bien, pero sin florituras emocionales. Laurence Fishburne es el rostro público, aquel al que los ciudadanos pueden culpar, tan necesario… Kate Winslet, como siempre soberbia, realiza el trabajo de campo, ese que no quiere nadie. Marion Cotillard tiene un personaje que debería tener más importancia, adivinar el punto de origen de una pandemia planetaria no es fácil. Y luego está Jude Law, ese actor capaz de interpretar al mayor hijo de puta y al yerno perfecto. Esta vez está más cerca de lo primero.
El director coloca a los personajes en la historia como meros adornos y cede el protagonismo a la evolución de la enfermedad y la investigación sobre su origen y posible cura. Esa es la verdadera espina dorsal de la película. Además, Soderbergh utiliza un punto de vista frío y distante que dota de tensión al argumento erradicando el melodrama por completo.
Una mano apoyada en la barra del autobús, una boca rozando el borde de un vaso de agua, una palmadita en el hombro, billetes que pasan de unas manos a otras, un suspiro… El realizador consigue obsesionar al espectador con primerísimos planos que señalan acusadores a esos gestos en apariencia inofensivos, pero que sin embargo, serían los únicos culpables de una pandemia universal.
Pedro Moral