Una obra de arte. Bella, hipnótica, íntima, y pretenciosa. Así es la última película de Terrence Malick, un director que en 40 años sólo acumula cinco películas. Por eso cada estreno al que acompaña su firma es ansiosamente esperado por la cinefilia mundial.
El autor americano cuida cada milímetro de metraje. Lo pule hasta que lo transforma en algo tan personal como un recuerdo o una sensación. Esta película removerá las entrañas de los espectadores. Muchos saldrán asqueados y aburridos de la sala, los demás se levantarán de la butaca absortos, pensativos, felices o tristes. La experiencia para cada individuo será única, como cada uno de nosotros lo somos. Es una película hecha para sentir más que para entender. Así es Malick.
Primero muestra la muerte, un matrimonio pierde a uno de sus tres hijos, el director no deja claro cual, no importa. Y después la vida, una sucesión de preciosas imágenes se van sucediendo mientras una portentosa banda sonora, orquestada por Alexandre Desplat, mece al espectador y le acurruca para disfrutar de algo único que recuerda al mejor Kubrick, la creación del universo.
Después de esta hermosa metáfora Malick nos regala la creación de otro universo, ese que da forma a lo que somos y seremos, nuestra infancia. Un padre muy severo interpretado por un magnífico Brad Pitt -recto, serio y humano- y una generosa madre llena de amor a la que Jessica Chastain da forma con mucha ternura y sensibilidad conforman el matrimonio protagonista. El mayor de los tres hijos es el que nos guía a través de sus recuerdos –de adulto y en plena crisis existencial es interpretado por Sean Penn-.
El despertar a la vida, el amor de los hermanos y la madre o la rebeldía hacia el padre están narrados de manera exquisita. Malick utiliza imágines evocadoras para contar como nunca nadie lo había hecho el paso de la infancia a la madurez. Todo el mundo se sentirá reflejado en los ojos del niño protagonista. Sus miedos, sus actos y sus dramas personales nos harán retroceder en el tiempo. El árbol de la vida es un viaje que no puedes perderte.
Pedro Moral