Las mejores películas de ciencia ficción son aquellas en las el género sólo es una excusa, un recurso decorativo para contextualizar un thriller, como en Blade Runner, un filme de aventuras, como en Star Wars, o una epopeya sobre el sentido de la vida, como hizo Kubrick en 2001. Luego están las otras, chorradas vacías revestidas de ciencia ficción, que sin el género en el que se apoyan no serían nada, véase Yo robot. Eva pertenece al primer grupo, Kike Maíllo ha rodado un drama íntimo con sabor europeo en una atmósfera futurista realizada con muy buen gusto.
En España todavía nadie se había atrevido a entrar en el género fantástico (Los cronocrímenes de Vigalondo son un caso aparte), ha tenido que ser, como no, un alumno de la ESCAC el que dé el primer paso. Kike Maíllo se ha estrenado de manera sensacional y ha demostrado su talento con Eva, una propuesta diferente con un trasfondo claro y directo. Maíllo sabe lo que quiere y tiene cualidades para hacerlo, aunque la película tenga imperfecciones algo molestas, como el innecesario prólogo.
Todavía no entiendo la manía de ciertos directores de poner una escena del clímax de la película al principio. ¿Nadie se ha dado cuenta de que es mala idea? No sólo estropea la experiencia de ver la película por primera vez sino que además no aporta nada a los personajes ni a la historia. Quitando este pequeño resbalón de Maíllo, la primera hora de película es soberbia.
En el 2041 los seres humanos viven rodeados de seres mecánicos. Alex, un reputado ingeniero cibernético regresa diez años después a Santa Irene para trabajar en un proyecto de la Facultad de Robótica, la creación de un niño robot. Una enigmática niña, Eva, irrumpe en su vida y transforma su rutina. Casualmente es la hija de Lana (su antigua pareja) y su hermano David.
El lugar, Santa Irene, es un pueblo nevado, pequeño, con las características idóneas para ser el escenario de un íntimo y oscuro drama personal. El director muestra un futuro muy normal, algo envejecido pero sin esa pinta apocalíptica que comienza a verse rancia de tanto uso. Hay robots que ayudan a los humanos y que conviven con ellos (Lluís Homar interpreta a uno y lo hace estupendamente, nada que envidar al Haley Joel Osment de A.I.) Maíllo dota a su universo de un matiz muy creíble, coloca coches de los noventa, aulas de universidad envejecidas o casas sin ningún tipo de modernidad inverosímil.
Daniel Brühl interpreta a Alex, un genio, una persona única. Brühl le añade los matices perfectos para hacerlo creíble y complejo: soledad, depresión, arrepentimiento y hastío. De la especialísima Eva se ha encargado una joven debutante, Claudia Vega, y lo hace muy bien, contagia curiosidad, atracción, ternura y miedo.
De Marta Etura y Alberto Amann (bastante soso este último) no hay mucho que contar salvo, quizá, su aparición en una de las mejores escenas del filme. Un bar, un baile, de fondo suena Space Oddity de Bowie, y ante los ojos del espectador surge un momento endiabladamente dramático repleto de secretos, mentiras, atracción, envidas, odio. No hay ni un dialogo. No hace falta, basta con el talento del director para colocar la cámara.
Después, todas las escenas que rodean al clímax denotan cierta prisa. Y debido al prólogo del comienzo la intensidad disminuye. Aún así, estamos ante una película que, esperemos, se tenga muy en cuenta para las futuras incursiones en el género. Maíllo debuta de manera deslumbrante y además muestra el camino.
por Pedro Moral