La comedia es, posiblemente, una de las armas más poderosas que existen. La risa ha ridiculizado a Hitler, al arte, a los gobiernos, a la guerra e incluso a la muerte. Pero todavía nadie se había atrevido con el terrorismo, siempre adherido a la tragedia, hasta que un señor de Inglaterra –país que ha sufrido en sus propias carnes el horror del fundamentalismo- ha tenido el valor de rodar una desternillante comedia negra en la que las explosiones solo son gags. Christopher Morris consigue reírse del terrorismo con mucho talento. Empezando por un guión divertidísimo y unos actores que llevan –con mucha gracia- la carga de una película con algún que otro momento insostenible.
Un grupo de cinco musulmanes, encabezados por Omar (Riz Ahmed), forman una célula terrorista. El plan es sencillo, un ataque suicida contra un objetivo que va cambiando a lo largo del film hasta llegar al delirante clímax de la película. La cruzada para llegar a ese objetivo es surrealista y muy divertida. Los diálogos entre el esperpéntico grupo de terroristas dejan por el suelo las terribles y estúpidas ideas que pueden llevar a una persona a querer matar a otra poniéndose bombas por el cuerpo. Eso, y los gags físicos a los que se someten los personajes (explosiones incluidas), convierten esta comedia en una obra única y provocativa.
Además el drama termina apareciendo para darle algo de negrura al asunto y provocar sentimientos encontrados en el espectador, porque, ¿a quién le puede caer bien un terrorista?
Riz Ahmed hace un gran trabajo, interpretando al personaje con más sentido común y sin embargo, también al más radical. Ahmed protagoniza momentos de pura comedia ligera, como la escena en la que está en Pakistán en un campo de entrenamiento Mujaidín, y también secuencias más profundas (aunque no menos divertidas) como cuando le relata a su hijo una nueva versión, cargada de fundamentalismo, del cuento del Rey León.
El otro gran personaje del filme es Barry (Nigel Lindsay), odia a los blancos y tiene en mente atentar contra una mezquita. Agresivo, estúpido y abusón son las palabras que definen a este ser que es come las tarjetas SIM para esquivar a los federales.
El director mezcla de manera brillante lo absurdo y lo terrorífico. Cuando los ingredientes comienzan a repetirse la historia se desborda en un vertiginoso final donde la amargura va sustituyendo a la risa paulatinamente y con buen gusto.
Pero Morris no se conforma y en los créditos finales añade un epílogo donde ridiculiza la exagerada actuación de muchos gobiernos frente al islam. Una guinda brillante para una de las mejores comedias del año.
Pedro Moral