La música de God is an Astronaut siempre me hace pensar en la tierra al borde del colapso, desquebrajándose bajo cientos de erupciones volcánicas espantosamente preciosas. Ni un ser vivo respirando tras la desolación de la vegetación muerta decorativa. Las canciones de los irlandeses son la banda sonora perfecta para un buen día de juicio final, 21 de diciembre de 2012 o el que toque. Su post rock instrumental, creado hace ya 10 años, sube un escalón del género experimentando con la épica y bebiendo de diversos géneros a lo largo de sus cinco LPs.
Es gratificante como la banda de los hermanos Kinsella y el post rock en general, es capaz de aunar a un público heterogéneo en el que cabe desde el tipo que agita su melena mientras asoma unos cuernos con forma de dedos debido a los guitarrazos formales de la banda hasta al maduro que, salvo el cuello, poco le queda por agitar encima de los hombros. Entre las cabezas que se movían al compás de atrás hacia adelante como en un extraño partido de tenis, también, para desgracia de los que les rodean, se encontraba ayer en la Sala Arena, o del peluquero, o de la cerveza, esa porción de fulanos que, haciendo uso del dicho manchego del “donde pago, cago”, hablan entre ellos a grito pelado y sin pelar. Son estos los que parecen pagar gustosos su entrada, decir que disfrutaron de un buen concierto y que, sin embargo, parece que es el propio directo lo que menos les interesa a razón del nivel de gritos que producen. Están deseando salir para testificar a su grupo de iguales con su cámara de 100 pavos que les encantó el concierto mientas muestran estupendos vídeos en los que se verá al grupo pero sólo se escuchará un zumbido: sus propias voces. Como siempre, son los que menos, también es bueno contar que la mayoría disfrutó –menos los que caímos en la órbita de la infamia hecha público- de la comunión que God is an Astronaut ofrecen cada vez que se pasan por la capital. La música de la banda sonó fantástica ayer, como casi siempre. Esa normalidad de la excepcionalidad de la que suelen hacer gala encadenando ritmos hasta llegar a la explosión del sonido total, quedó emborronada por el excesivo uso de sonidos pregrabados. Me pongo exquisito.
Lo que más se echó de menos fue el clima del que fui testigo en una de sus últimas visitas a Madrid, en 2009, cuando impusieron su show en una sala Ritmo y Compás donde todo salió perfecto. Tal vez el agobio de aquel lugar y la perfecta oscuridad consiguieron ese perfecto ambiente. Y es que el directo de los escoceses no sólo depende de la música –tema que controlan a la perfección- sino también del juego de imágenes tan pinkfloydiano que ejercen en sus shows. Una serie de recreaciones con fotogramas antiguos dignos de grandes video artistas a los que el cuarteto pone música mientras quedan proyectadas sobre el escenario. Suelen convertirse en el centro de las miradas del público por su estupenda elaboración. Les hablo de las de Ritmo y Compás porque las de anoche, gracias al terrible juego de luces, apenas pudieron ser representadas en condiciones debido a que se perdían entre focos. Una pena visual para un espléndido directo que suma una más sin decepcionar.
por J. Castellanos