En algunas ocasiones con ver 10 segundos de una película sabes quién está detrás de la cámara. Eso sólo les pasa a los directores que tienen un estilo único. Jean-Pierre Jeunet pertenece a ese selecto club. Micmacs à tire-larigot es su última creación. Dos largos años ha tardado en estrenarse en nuestro país este cuento surrealista que desprende imaginación y talento desde el primer instante hasta el último.
Dany Boon es el encargado de interpretar a Bazil, un excéntrico personaje cuya vida está marcada por las armas. Su padre muere al explotarle una mina antipersona y él tiene incrustada en el cráneo una bala (tras una maravillosa secuencia de terribles casualidades) que le hace vivir al borde de la muerte. Estas son las primeras líneas de la película con más moralina del francés.
Jeunet no vende humo. Sus películas siempre son tiernas, divertidas y amables. Y su universo el mejor marco posible. El gran angular (usado hasta la saciedad en su filmografía) hace que todo lo que veamos tenga tintes oníricos. Mientras, su talento se encarga de llenar de verosimilitud cada escena. En esta ocasión Jeunet es demasiado sentimental y no consigue elevar su obra a la altura de sus predecesoras. Aún así, esta poética mirada a los bajos fondos de París es una de las mejores alternativas del cine estival.
La carga política es evidente, pero tampoco molesta. A veces es amor y a veces venganza. Pero siempre hay una búsqueda.
Bazil no recorre el camino sólo. Un grupo de caricaturescos personajes (una panda de freaks, entre ellos el habitual Dominique Pinon) le ayuda a llevar a cabo su venganza contra las empresas armamentísticas. Los planes urdidos por el protagonista se transforman en enrevesadas (y muy divertidas) secuencias.
El sentido del humor de la película es otro de los regalos que Jeunet hace a los espectadores, coloca cada gag en el momento menos esperado. Es decir, en el momento perfecto.
Pedro Moral