El amante del suspense sabe que el secreto del género es provocar una espera, no una alegre y dulce, no, el espectador tiene que sentir ansiedad por conocer la respuesta, pero también temerla. Balagueró contagia angustia y desasosiego, pero su gran logro, lo que hace que esta película permanezca en la memoria de los espectadores, es la forma en que nos obliga a ponernos en el lugar de un hijo de puta, psicópata e infeliz llamado César.
En un par de escenas ya nos hemos acostumbrado a la compañía de César, un portero de un edificio que tiene un grave problema: No puede ser feliz. “Es como quien nace ciego o sordo” dice el propio personaje en un momento del filme. ¿Quién no se ha sentido alguna vez así? La diferencia es que César se dedica, además, a convertir la vida de los vecinos en una constante desgracia. Y lo hace con pequeños detalles, poco a poco, lo que jode más y asusta más.
Sin embargo, hay una vecina, la del 5ºB, que todos los días está radiante, llena de luz y repleta de esa cosa… la felicidad. Luis Tosar pone rostro al portero, de día afable y risueño, un tipo al que no te costaría dejarle tus llaves para que te desatascara el lavabo. De noche, sin embargo, se convierte en un perturbado con oscuras aspiraciones. La vecina del quinto es Marta Etura, pocas actrices alumbran un plano tanto como ella. Después de presentarnos a las dos piezas del tablero Balagueró comienza a jugar con nosotros.
Y el juego de este director catalán es muy claustrofóbico. Cuatro paredes y una cama. Ahí, en ese espacio, Balagueró construye momentos memorables haciendo uso de un sencillo, pero poderoso, ejercicio de suspense. Lentamente comienzas a simpatizar con el monstruo creado por Tosar, eres partícipe de su doble vida y necesitas que triunfe el mal. Entonces, sólo entonces, descubres lo lejos que ha llegado tu subconsciente. No hay de qué avergonzarse, sólo es un juego del director.
Otra pieza clave es el guión, un oscuro engranaje ideado por alguien genial (y cuando digo genial digo loco), llamémosle Alberto Marini. Basado en su novela homónima, la creación de Marini evoca el lado más enfermizo de Roman Polanski, que asoma entre las paredes del 5ºB. El piso y su inquilina sufren paulatinamente una metamorfosis que va colmando de podredumbre y tristeza la luz que al principio se dejaba entrever.
Está claro que Balagueró se ha divertido rodando esta película, pero se ha centrado tanto en el desasosiego de la trama principal que se le ha olvidado dotar de vida a los demás vecinos –uno de los personajes, el de una niña resabida que amarga la existencia de César, está mal construido y mal interpretado, tanto, que casi estropea los momentos finales-. Eso y la corta trama policial, que se queda coja, son los puntos más flojos del filme.
No es una película que desate pasiones ni provoque odios, seguramente, gustará a todo el público. Pero eso es lo de menos. Lo importante es que Balagueró ha dado una lección sobre cómo hacer buen cine de suspense. Y lo ha hecho jugando con el espectador, como hacía el maestro. Sí, me refiero a Hitchcock.
Pedro Moral