Voy a ser breve. No quiero estropear con palabras la sobrecogedora experiencia sensorial (o sensual) que reside en ver por primera vez Pina.
La hierba, el sol, las hojas cayendo y el frío. Primavera, verano, otoño e invierno. Así comienza este vibrante documental en 3D sobre danza, dirigido por Wim Wenders para la bailarina y coreógrafa alemana Pina Bausch. Ambos estaban preparando una película con coreografías de Pina, donde ella también bailaría. Pero el verano de 2009 se llevó repentinamente a la artista alemana.
Un terrible duelo y muchos días de reflexión después Wenders decidió llevar a cabo el proyecto. Imágenes y archivos de audio de la vida de Pina, así como grabaciones en 3D de los miembros de la compañía, Tanztheater Wuppertal, conformaron esta obra maestra, única y me temo que irrepetible.
Wenders consigue atraparte e introducirte dentro del universo de la coreógrafa. Cada movimiento está medido, cada gota de sudor está calculada, sin embargo, todo parece aleatorio e instintivo. Una mueca o la contracción de un músculo pasan a ser elementos fascinantes. El alma de cada individuo se puede desnudar a través de la danza, el cuerpo es capaz de expresar un pensamiento, un estado de ánimo o una sensación.
Las distintas coreografías que Wenders y Pina eligieron para la película son meros vehículos desde donde los espectadores descubren la dimensión en la que tienen lugar el movimiento y la danza. Una actuación da lugar a otra, cambian los tonos y la estructura humana. Poco a poco. Como el paso de las estaciones. Primavera, verano, otoño e invierno. Agua y Tierra. Porque los bailarines también se entremezclan con los elementos de manera a veces perturbadora y a veces inocente.
La luz es otro de los actores principales, tan culpable de la teatralidad de los gestos como las cualidades de los actores. La luz y la falta de luz. Todo importa. Como también importa el ruido y el silencio. Aunque en este caso nada sería lo mismo sin las piezas musicales, en su mayoría fuertes y rotundas. Algunas más dulces y otras más agresivas. Cada coreografía colorea un número musical (no al revés) y así surge la plasticidad que dota de una estética envolvente y maravillosa cada fotograma.
No sé nada sobre danza, pero las cosas que son bellas no hace falta entenderlas y Pina es un espectáculo maravilloso.
Pedro Moral