En el año 1968 una película de ciencia ficción protagonizada por Charlton Heston llamada The Planet of the Apes cautivó a medio mundo. Después llegaron cuatro entregas, que aunque no estuvieron al nivel de la primera, sí mantuvieron la estela del fenómeno cinematográfico. Y entonces, casi tres décadas después, Tim Burton intentó relanzar la saga con una película
ridícula, quizá la peor del director. No es de extrañar que cuando se supo que se iba a rodar una precuela del filme original, el estado general fue de incredulidad y hasta de vergüenza ajena.
Pero sorprendentemente un tal Rupert Wyatt (The Escapist) dirige una película de ciencia ficción inteligente, entretenida y con mala idea. Los simios se revelan ante la opresión y el maltrato al que han sido sometidos por una especie superior (nosotros). Pero a su vez somos nosotros los que proporcionamos a los primates el poder para evolucionar y revelarse mediante técnicas científicas que se nos van de las manos. El ser humano es el principio y fin de todos los problemas. Esta es la idea.
La película ofrece dos partes bien diferenciadas. Una primera que consiste en hacernos partícipes de la relación tierna y patética de una anciano con alzheimer (John Lithgow), su hijo científico (James Franco) y un primate con una inteligencia extraordinaria que adoptan cuando es recién nacido (Andy Serkis). La segunda parte de la película es pura acción. Los hechos toman un tono oscuro casi apocalíptico.
Y qué decir de ese actor inclasificable llamado Andy Serkis (sí, Gollum). Su personaje, el chimpancé César, tiene más vida en su mirada que *Helena Bonham-Carter** gesticulando con todo su cuerpo simiesco. La técnica que James Cámeron inventó para Avatar cobra aquí una nueva dimensión gracias a Serkis.
Esta película ha superado las expectativas sobradamente. Queda ver si las siguientes partes (que las habrá) cumplen. Tenemos 3.000 años hasta que llegue Heston y su tripulación.
Pedro Moral