La primera escena de Super 8 muestra una familia rota, un padre y un hijo condenados a entenderse tras la muerte de la madre. Un pesado ingrediente familiar con el que Steven Spielberg nos indigesta en muchas de sus películas. Esta vez quien está detrás es J. J. Abrams, el creador de Lost no para de homenajear durante toda la película a su padrino y productor de la cinta. Abrams crea un popurrí perfecto de los blockbuster setenteros, si es que te gustan los recopilatorios de grandes éxitos.
Don’t bring me down –el exitazo de 1979 de Electric Light Orchestra– pone ritmo a la escena donde da comienzo esta aventura de ciencia ficción. Los chicos de la pandilla protagonista (repleta de caras desconocidas) salen del colegio y quedan para rodar una escena de la película de zombis que están llevando a cabo con una Super 8 -cámara con la que los imberbes Abrams y Spielberg hacían sus pinitos-. Para esta escena el joven director ha conseguido la participación de la chica más guapa del instituto, con ella piensa dar el toque maestro al argumento.
Tarareando el riff de My Sharona la pandilla se dispone a rodar, y aquí llega la mejor escena de la película. El niño protagonista, Joel Courtney, maquilla a la deslumbrante Elle Fanning. Ambos condensan las sensaciones del primer amor de una manera elegante y dulce. Entonces el espectador es testigo del espectacular descarrilamiento de un tren que dará a la película un macguffin bastante soso.
Los personajes evolucionan mientras el horror en forma de extraterrestre hostil les induce a la mayor aventura de sus vidas. Las escenas están perfectamente ancladas y destilan el poso que nos ayuda a identificarnos con los protagonistas adolescentes. Otro tema son los adultos, con ellos el metraje se vuelve demasiado serio y el argumento menos cuidado.
La dualidad autoral entre J. J. Abrams y Spielberg desemboca en una enmarañada trama que a ratos recuerda a E.T., a Close Encounters of the Third Kind o a Lost, un verdadero follón.
A la historia pasará, si acaso, la banda sonora original, perfectamente entremezclada con éxitos de los setenta como Heart of Glass de Blondie o Silly Love Songs de Paul McCartney & Wings. Michael Giacchino hace de John Williams y factura una banda sonora intensa con algunos momentos emotivos y otros de gran suspense. El tema principal tiene encanto y épica. En algunas ocasiones la música desprende más pasión y cine que las imágenes a las que acompaña. Giacchino, conocido por sus partituras del videojuego Medal of Honor, realiza su segunda obra maestra. La primera es la bso de Up. Y sí, también fue el encargado de poner música a Lost.
A parte de alguna escena puntual que desprende auténtico cine. Los mejores momentos se los llevan los chavales, que realizan un trabajo soberbio. Lo demás no tiene magia. La fácil resolución de la parte más oscura del filme -la de los sentimientos- corta de raíz la profundidad que esta película podría haber tenido.
Pedro Moral
muy buena crítica. enhorabuena