En cada uno de los diferentes códigos de leyes que existen en el estado democrático aparece un apartado para condenar la apología al asquismo. Desde la formación de nuestro estado de derecho los diferentes gobiernos se han empeñado en luchar contra El Asco como contra la corrupción, la desigualdad, la falta de libertad de opinión. El Asco está ahí, en cada esquina, vestido de plasma, de sueldo por lo bajini, de recorte, de Aizoon y hasta de reptil. Pero mejor no hablar de él.
A Albert Pla le ha tocado vérselas con el neo-liberalismo, que viene a ser esa forma de actuar en la que se proclaman las libertades individuales hasta que molestan al que lleva la bandera. El músico catalán y español en su DNI ha venido a decir que le da asco ser español, actitud reprochable por todos aquellos no tienen suficiente con ser más españoles que el rey -que no deja de ser medio francés- y que parecen vivir con el orgullo de estar en un país pintado de caciquismo y pasta en B. Y debería extrañarnos.
Y es que Pla ha pecado de hacer apología al asquismo, algo tan feo que ha sentado mal al PP de Gijón. Normal entonces que presione para que el teatro donde tenía que celebrar el concierto cancele su fecha. Ay democracia, que canta Krahe. El político vuelve a ser el que decide si se le falta el respeto al pueblo. ¿No sería justo que fuera el ciudadano el que decidiese si se siente ofendido por las palabras de Pla y actuase en consecuencia?
Imagino que el público que ha comprado las entradas para el concierto no era consciente de las declaraciones del catalán -mire, que no son novedad- e imagino también a algún político de derechas decepcionado con el cantautor. Seguro que también tenía su entrada. Todo vale para luchar contra El Asco.